Artículos
Entre identificaciones étnicas y políticas: Lo judío dentro del campo “nacional y popular”
Resumen: El artículo analiza vínculos entre lo judío y el campo nacional y popular a partir de un estudio sobre la organización denominada Llamamiento Argentino Judío. Indaga en sus precedentes y en el contexto general de intersección entre lo político y lo judío que tiene lugar a fines del segundo gobierno de Cristina Fernández. Mediante la técnica de un análisis de documentos que apunta a la identificación inductiva de marcos, analiza los significados que el Llamamiento puso en circulación a través de sus primeras intervenciones públicas. Este análisis es complementado con entrevistas en profundidad realizadas a miembros del Llamamiento. Encontramos que las articulaciones entre etnicidad y política difieren de aquellas que tienden a observarse en la agenda de investigaciones. Más que la lucha por el reconocimiento de los derechoso el intento por visibilizar a un colectivo étnico, el Llamamiento se propone evidenciar las diferencias políticas que dividen al colectivo judío. La producción de esta imagen de lo judío se inserta en un contexto más amplio de lucha política a escala nacional. El estudio nos permite indagar en cómo los activistas del Llamamiento habitan los mundos étnico y político a partir de los mismos marcos cognitivos.
Palabras clave: Judaísmo, Kirchnerismo, Etnicidad, Argentina.
Between ethnic and political identifications: The Jewish stuff inside the “national and popular” field
Abstract: The paper analyzes the links that have been established between the Jewish stuff and the “national and popular” field taking as a case study the origins of the organization called “LlamamientoArgentinoJudío”. The paper inquiries into the precedents of the Llamamiento and into the overall context of mingling between politics and Judaism throughout Cristina Fernandez's second term. Trough document analyzes looking at inductive identification of frames the paper analyzes the meanings that have been projected by the Llamamiento throughout its first public interventions. In-deep interviewing complements our analyzes. We find that ethnicity and politics overlap each other in a way that differ from the ways that used to be observed in research agenda: It is not a matter of struggling for the rights or visibility of ethnics but the portraying of the political conflicts inside the Jewish collectivity. The making of this representation of the Jewish stuff articulate with political conflict in the national scale. The paper allows us at analyzing how the members of the Llamamiento dwell both the ethnic and the political field while activating the same cognitive frames.
Keywords: Judaism, Kirchnerism, Ethnicity, Argentina.
Introducción
El Llamamiento Argentino Judío (LAJ) es una agrupación que nace en el año 2015 en Buenos Aires y que en la actualidad cuenta con 4000 adherentes y 235 socios. Emerge en un contexto de politización en clave nacional de lo judío. Entendemos la politización de lo judío como un proceso bidimensional. Por un lado acontece en el interior del campo judaico, donde los agentes disputan espacios de poder de acuerdo a las lógicas y mecanismos institucionalizados de ese espacio específico; por otro lado, la politización en clave nacional designa procesos donde lo judío es atravesado por, y atraviesa, dinámicas políticas de alcance nacional que acontecen más allá de los límites del campo judaico. Utilizamos el concepto de campo a partir de la interpretación de la obra de Bourdieu realizada por Ana Teresa Martínez (2013), quien sostiene que campo es un concepto abierto que nos permite pensar en posiciones relacionales y disposiciones puestas en juego en esos espacios, sin por ello presuponer la autonomía de estos.
El LAJ proyecta un discurso cuyo tema central es el cuestionamiento a las pretensiones de la DAIA (Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas) y la AMIA (Asociación Mutual Israelita Argentina) de detentar el monopolio de la representación de lo judío frente al Estado y el conjunto de la sociedad. Al hacer esto produce discursivamente un grupo: el de los judíos y judías que no se sienten representados por estas dos entidades. El desafío del LAJ es producir este efecto de grupalidad y lograr que actores políticos y sociales incorporen y reconozcan, en sus marcos de percepción de la realidad y en sus prácticas políticas, a "los judíos que no son de la AMIA ni de la DAIA" como un sujeto evidente. Como sostiene Brubaker (2002), extendiendo el planteo de Bourdieu sobre las clases sociales, el activismo étnico consiste en un conjunto de prácticas de construcción de grupos y de producción de su cualidad de, podríamos decir, “cosa evidente”. Pero esta producción de grupalidad resulta una apuesta política que se extiende más allá de los límites del campo judaico y produce un efecto de intersección entre identificaciones y memorias que reenvían tanto a la escala de la etnicidad como de la identidad nacional. Los "judíos y judías que no son de la AMIA ni de la DAIA" son, de acuerdo a cómo se identifican a sí mismos, nacionales y populares. El LAJ se ubica en un espacio que se autodenomina como “nacional y popular” y que se autodefine en oposición a una otredad que denomina como “la derecha”. Participa de una clave de lectura de la realidad sustentada en el marco de una ideología que, como analiza Schuttenberg (2011), operó en las estrategias de inserción de diversas organizaciones al espacio kirchnerista desde el 2004. Así, entendemos a “la derecha” como un concepto nativo que permite a los activistas producir sentido tanto acerca de la política nacional como de las dinámicas internas al campo judaico.1
El estudio sobre el LAJ nos permite adentrarnos en las dinámicas de las relaciones entre lo judío y la política en la Argentina contemporánea. Investigaremos los orígenes de este movimiento, analizando sus discursos y los significados que proyecta ubicándolos en constelaciones discursivas más amplias. El objetivo es mostrar cómo lo judío y la política se entrelazan en este caso específico, el cual muestra marcadas diferencias con los casos que suelen estudiarse en el campo de los estudios sobre etnicidad. Pretendemos aportar al área de los estudios judíos, analizando la formación de una organización sobre la cual no se ha indagado aun. El aporte puede extenderse hacia los estudios sobre el kirchnerismo los cuales no han incorporado a la etnicidad como un tema relevante. Creemos que la indagación sobre el activismo étnico vinculado al kirchnerismo es un campo aun inexplorado. Los datos fueron recogidos a través de entrevistas realizadas a miembros fundadores del LAJ y a activistas que se incorporaron posteriormente, así como a través del análisis de los mails enviados por el movimiento durante el año 2015.2 Respecto a esto último se apuntó a la identificación inductiva de marcos (Jorg, 2009) y temas, lo que nos permite indagar en las definiciones de la situación proyectadas desde el discurso del LAJ.
Parte I: Ubicación de la investigación en una línea temática
Las investigaciones sobre judaísmo y política pueden enmarcarse en diferentes áreas, como ser los estudios sobre etnicidad o sobre religión. Lo judío constituye una categoría de identificación que condensa, con diferentes equilibrios, lo religioso, lo étnico y lo cultural (Klaff, 2006; Friedlander, et. al, 2010), resultando difícil plantear definiciones precisas sobre estos conceptos. En función del modo en que los actores se definen a sí mismos, podemos sostener que el componente cultural cobra, en nuestro caso específico, mayor relevancia que el religioso. El concepto de “judíos culturales” fue utilizado por uno de los miembros fundadores del LAJ para definir a sus activistas. A la vez se evita, dentro del movimiento, el uso de simbología religiosa judía, buscando así resaltar su carácter laico.
Si insertamos este trabajo en el área de estudios sobre etnicidad, no es porque definamos lo judío, a priori, como una identidad étnica. Lo judío es una producción dinámica que transcurre entre lo religioso, lo cultural, lo étnico y lo diaspórico. Precisamente, la riqueza de los estudios étnicos no radica en la ilustración del acontecer de grupos previamente definidos como étnicos (Brubaker, 2002), sino en la problematización de las categorías con las cuales comprendemos lo social.
La agenda académica tiende a centrarse en aquellos fenómenos que, en los años 60, provocaron un quiebre en el paradigma utilizado para analizar las relaciones entre etnicidad y política (Burgess, 1978; Brown, 1989): 1) la intensificación de conflictos entre grupos étnicos en el tercer mundo, 2) los problemas de integración nacional en las sociedades postcoloniales y 3) el crecimiento de movimientos sociales entre grupos étnicos dentro de las sociedades industriales y postindustriales. En América Latina, la importancia que los vínculos entre estas esferas adquiere en la agenda académica se relaciona con la eclosión de movimientos sociales con demandas étnicas (Kroll, 1997), los desplazamientos hacia la identificación étnica entre los partidos políticos (Calla Ortega, 1993; Gisselquist, 2005), el papel del Estado en tanto instancia productora de categorizaciones, de modos de imaginar la nación y su incidencia en la gestión (visibilización-invisibilización) de la etnicidad (Frigerio, 2008; García, 2010), las articulaciones entre liderazgos étnicos, movimientos sociales y políticas estatales (Briones, 2015) en el marco de conflictos por la tierra y el reconocimiento de particularidades identitarias (Ramos, 2017).
En el caso de la Argentina, el interés por la etnicidad se vincula tanto con la visibilidad que adquieren comunidades de pueblos originarios e inmigrantes latinoamericanos y asiáticos (Domenech, 2010, Halpern, 2006) como con la visibilización de la población y la cultura afro. La dimensión grupal de la etnicidad adquiere un rol relevante en la medida en que las articulaciones entre la política y lo indígena, por ejemplo, tienden a realizarse en función de la producción de un grupo o de la activación del significante pueblo aborigen (Leone, 2021). Esta producción de un imaginario de grupo étnico difiere sustancialmente del caso aquí analizado. No estamos ante un movimiento que reclame al Estado los derechos vulnerados o la visibilización de un “colectivo” y su cultura. Los integrantes del LAJ son personas integradas en las estructuras laborales, profesionales, académicas y estudiantiles. Constituyen parte del heterogéneo entramado de las clases medias urbanas con alto nivel de instrucción a la vez que integran la población categorizada como blanca en un país donde la pigmentocracia funciona como criterio de estratificación (Segato, 2007; Wright, 2008; García Fanlo, 2014). Si bien se concentran, en su mayor parte, en el Área Metropolitana de Buenos Aires, no habitan un espacio delimitado en función de la pertenencia étnica o donde las interacciones productoras de etnicidad se densifiquen. Las demandas del movimiento no remiten a la construcción simbólica de un colectivo vulnerabilizado o a la demarcación de una frontera entre el nosotros étnico y los otros.3 Más bien, el eje central de su discurso concierne a la diferenciación, en base a categorías ideológicas y políticas, de dos sectores dentro de la “colectividad judía”. Es la fractura interna al colectivo étnico lo que aparece como tema central de un discurso que apunta a proyectarse en la sociedad en general.
En la Argentina, el Estado carece de intervención en la proyección de lo judío como categoría étnica y tampoco existe un reclamo de visibilización o reconocimiento a través de los dispositivos censales. Solo bajo ciertas coyunturas, determinadas instancias del Estado se volvieron dispositivos categorizadores, como muestra Senkman en sus estudios sobre las políticas migratorias del primer peronismo (1992), o Kahan en sus estudios sobre las representaciones sobre los judíos en los informes de la Dirección de Inteligencia de la Provincia de Buenos Aires (2008). Más allá de casos específicos, la producción de lo judío se realiza desde instancias de bajo grado de objetivación (cfr. Jenkins, 2008).
Calla Ortega (1993), al estudiar el caso de los indígenas en Bolivia, plantea una distinción entre identidad e identificación. A diferencia de casos donde la identidad se realiza a través de elementos objetivos y estructurales como los poblamientos étnicos, en el caso de los judíos argentinos es el elemento de identificación el que se impone. La supresión de los elementos estructurales de la etnicidad se revela como una característica de la politización de lo judío a comienzos del siglo XXI y marca una diferencia respecto a la politización de comienzos del siglo XX, donde los dispositivos de objetivación operaban con mayor fuerza.
En los estudios judaicos, las relaciones con lo político han sido ampliamente abordadas. Predominan estudios sobre organizaciones de izquierda como el BUND (Laubstein, 1997), el ICUF (Svarch, 2005; Visakovsky, 2015; Kahan, 2015, Loterzstain, 2016) y el anarquismo judío (Díaz, 2016). El enfoque tendió hacia la historiografía con preponderancia de técnicas cualitativas. El estudio de Dujovne (2008) sobre la prensa judía de izquierda constituye una excepción en términos metodológicos.
Si bien las líneas que dividen las orientaciones en la investigación son imperfectas, podemos distinguir entre: 1) trabajos centrados en la política intracomunitaria y en los conflictos entre identidades políticas dentro de un campo judaico conformado por actores “que cuentan con recursos desiguales y por ende con fuerzas desiguales, para la imposición de la definición legítima de lo judío” (Dujovne, 2011, p. 1) (Bell, 2002; Kahan, 2006; Bacci, 2011) y 2) estudios sobre las relaciones entre los judíos y el campo político nacional, como el caso de la nueva izquierda (Gurwitz, 2011), los judíos comunistas (Kersffeld, 2012) y peronistas (Rein, 2015). Las investigaciones han tendido a focalizar en organizaciones y actores seculares con la excepción de indagaciones sobre el desarrollo del Movimiento Conservador durante la última dictadura militar (Schenquer, 2011) y las dinámicas políticas y religiosas que atraviesan a las comunidades judías de origen sirio (Brauner, 2009). Otros trabajos se han centrado en los modos en que lo judío fue construido desde organizaciones y partidos que disputaron el escenario político nacional. Esta perspectiva suele encontrarse en estudios sobre el antisemitismo como los de Senkman (1986), Lvovich (2003), Besoky (2016) y Grinchpun (2020). A la vez, estudios sobre trayectorias de militantes políticos de los años 60 analizan cómo estos militantes fueron rejudaizados a pesar de no haberse referenciado, ellos mismos, como judíos en el espacio público (González Canosa y Kahan, 2021).
El presente trabajo pretende aportar a los estudios sobre el kirchnerismo, en especial aquellos que adoptan la perspectiva de la construcción de la identidad. Aquí, el análisis del discurso ha sido una de las técnicas privilegiadas de investigación (Armony, 2005; Inda, 2013; Flax, 2018; Barros, 2013; Martínez, 2013), así como la indagación en las liturgias políticas (Fernández, 2019; Rocca Rivarola, 2019), el uso de simbología (Adamovsky y Buch, 2016) y las transformaciones de los marcos de percepción de los movimientos sociales (Longa, 2017). Si bien la producción ha sido sumamente amplia, no se ha abordado la pregunta acerca de cómo las categorías étnicas de identificación se vuelven vectores de la producción de una identidad política a escala nacional, es decir, cómo se entrelaza la construcción de sentido acerca de las categorías étnicas y políticas.
Parte II: Contexto de atravesamiento entre lo político y lo judío
El contexto en el que surge el LAJ se caracteriza por la activación de la categoría judío en el marco de proyectos de construcción de identidades políticas a escala nacional. A finales del segundo gobierno de Cristina Fernández, lo judío aparecía como una referencia–cuyo significado ingresó en una arena de disputa– que operaba en la construcción de sentido acerca del kirchnerismo.4 Podemos entender esto remontándonos más atrás en el tiempo. Si en las décadas del setenta y ochenta la presencia de ciudadanos judíos en los elencos gubernamentales era denunciada a partir de una discursividad antisemita, el atentado a la AMIA en 1994 parece haber marcado un quiebre de esta tendencia, repercutiendo en la visibilización creciente de lo judío en la esfera social a raíz de un acontecimiento que supuso una compleja relación entre etnicidad y nación (Tank, 2016; Tolcachier, 2012). De acuerdo al periodista Gustavo Efron (Radio Sefarad, s/f), el atentado generó las condiciones de posibilidad para la participación en política de actores provenientes del mundo judío y que se presentaron en esa arena en tanto judíos, siendo Sergio Bergman, un rabino, el primer caso. En este sentido, Efron sostiene que el tener a un judío en la lista electoral podía ser interpretado como un signo de compromiso con una minoría víctima. Ejemplos como el de Bergman, Avruj o Wolf, provenientes del mundo institucional judío y a la vez figuras de primera línea de la coalición Juntos por el Cambio, se diferencian de los casos de individuos que, siendo judíos, han hecho una carrera política por fuera de las organizaciones judías y sin que lo judío tuviera relevancia en la construcción de sí mismos como actores políticos. En este sentido, la novedad no estaría en la participación de judíos en la política sino en la puesta en escena de lo judío como parte de la performance política.
La muerte de Alberto Nisman constituye un evento más de este proceso. Encontrado muerto en su departamento en enero de 2015, el fiscal se convirtió, en el discurso antikirchnerista, en una figura que reunía los atributos del mártir. Las concentraciones de personas en su funeral pueden interpretarse en términos durkheimianos como reuniones donde se reafirma una conciencia colectiva que, si bien no abarca al conjunto de la sociedad, fortalece los núcleos temáticos del antikirchnerismo y produce un efecto comunitarizante. No existe un consenso establecido acerca del carácter de víctima de Nisman. Su muerte es interpretada como suicidio o como asesinato dependiendo del lado en el que el intérprete se ubique en el espectro político (Cabezas, 2017).5 La producción de una identidad política encuentra un dispositivo de reafirmación en el martirio de una persona judía y en un evento que, además de incluir como escenario un cementerio judío, constituye un eslabón más de una cadena de acontecimientos que reenvían al atentado a la AMIA. Esto da cuenta de la visibilidad que adquiere lo judío en la trama política nacional y muestra los cambios que acontecen en el espectro político de la derecha. El concepto de nueva derecha (Bohoslavsky y Morresi, 2016; Vommaro, 2019) nos permite interpretar el lugar cambiante de lo judío dentro de esta constelación de ideas. Habiendo expresado una otredad en el discurso de la ultraderecha antisemita, lo judío adquiere lugar de ciudadanía en la derecha liberal.6
Antes de que el LAJ asomara en el escenario, existió una fugaz agrupación denominada “Judíos por la profundización democrática”, cuyo acto de lanzamiento tuvo lugar el 16 de junio de 2011. Uno de sus impulsores, José Glinski, definía a sus promotores como “jóvenes que nos sentimos interpelados por una repolitización de la vida pública en la Argentina” (Agencia Paco Urondo, 27 de junio de 2011).7 Si bien la categoría de jóvenes da cuenta de una extracción diferente a la de los activistas del LAJ, cuyas edades mayormente oscilan entre los sesenta y ochenta años, el discurso de Glinski reproduce los tópicos que luego serán parte del discurso de este último. Judíos por la profundización democrática se proponía construir un espacio de cruce entre lo político y lo judío retomando la figura del “judío progresista”, la cual era contrastada con una dirigencia institucional judía que los miembros de la agrupación vinculaban con “los negocios más turbios del menemismo”. Al igual que en el discurso del LAJ, opera aquí el tema de la "derechización de la comunidad judía". Los actores reconstruyen una historia en la que los momentos centrales de este proceso estarían marcados por la última dictadura militar y el atentado a la AMIA. El referente actual del proceso sería Bergman, quien aparece como un catalizador que impulsa, por reacción, la búsqueda de una intersección entre lo judío y lo político sustentada en un lenguaje progresista (aunque no necesariamente peronista) vinculado al espacio de lo “nacional y popular” y que se ve a sí misma como parte de una tradición de activismo político judío que le preexiste. Si las denuncias contra Héctor Timerman fueron, como veremos, el catalizador de la emergencia del LAJ en 2015, en 2011 el catalizador de una repolitización de lo judío en clave progresista era Bergman. El surgimiento de Judíos por la Profundización Democrática fue acompañado por la difusión del slogan “Conmigo no, Bergman”8 y de un tema musical titulado “No soy como vos” que denunciaba las prácticas y alianzas políticas del rabino (JudiosXPD, 7 de julio de 2011). Si bien los nombres de algunos de los que serían futuros promotores del LAJ pueden verse entre los adherentes a esta organización, la misma no tuvo injerencia en la creación del LAJ. No obstante, podemos ver a través de ella cómo ciertos tópicos discursivos circulaban previamente a la formación del Llamamiento.
En términos políticos nacionales, la creación del LAJ acontece en un contexto de crisis del gobierno kirchnerista, con una economía operando con restricciones inéditas y desajustes macroeconómicos (Kulfas, 2019) y donde el conflicto con los sectores dominantes del campo periodístico contribuyó a profundizar el imaginario de la polarización que se expresaba con el término grieta (Werner, 2015). Es el contexto de debate sobre el Memorándum de Entendimiento con Irán, uno de los temas centrales en la construcción de la oposición al kirchnerismo, donde DAIA y AMIA se mostraron contrarias a las políticas del gobierno. Si analizamos el surgimiento del LAJ tomando en cuenta la justificación para la acción que postulan los actores sociales, esta no remite a la defensa de los judíos en sí, sino de un proyecto político nacional que, por entonces, se percibía amenazado. El contexto de activación de la categoría judío en la producción de representaciones acerca de las políticas del kirchnerismo explica, en parte, la formación de una agrupación favorable al gobierno –aunque sin identificarse como parte orgánica del kirchnerismo ni del Frente de Todos–que proyecta lo judío como elemento central de su identidad. Ampliaremos en el próximo apartado sobre este tema.
Los orígenes del Llamamiento Argentino Judío
Podemos considerar al LAJ como una de las decantaciones posibles de procesos de largo aliento donde se entrecruzan, en los actores sociales, identificaciones políticas que reenvían a una escala nacional y global e identificaciones que reenvían a la especificidad judía. Diferenciar estas dimensiones cumple una función meramente orientativa para el análisis. Para los actores, lo judío posee una dimensión política. Ellos se identifican como judíos identificándose, a la vez, con identidades políticas y eslabones de una cadena de memoria que reenvían a la construcción de la argentinidad.
Los orígenes del LAJ se remontan a una iniciativa movilizada por activistas de dos organizaciones judías, el ICUF y Convergencia, actores insertos en las disputas propias al campo judaico. El ICUF es una federación de instituciones con capítulos en varios países y sobre el cual se ha escrito una profusa bibliografía académica. Convergencia, sobre la cual no se han producido escritos académicos, es una organización pequeña formada a comienzo de los años 80 mediante la unión de militantes que provenían del sionismo de izquierda con otros que provenían de la izquierda no sionista y del ICUF. A ese núcleo fundador del LAJ se fueron sumando otros integrantes que dieron forma al autodenominado “colectivo promotor”.
Algunos de estos miembros fundadores9 poseen o poseían militancia tanto en organizaciones judías como en agrupaciones vinculadas al kirchnerismo. Jorge Elbaum forma parte de Nuevo Encuentro. El actual presidente de LAJ, Marcelo Horestein, es presidente del ICUF y miembro del Partido Solidario de Carlos Heller. Alejandro Rofman, uno de los miembros de Convergencia, posee una larga trayectoria de militancia en la izquierda sionista y en el Partido Socialista, encontrándose actualmente vinculado a Socialismo para la Victoria, cuyo titular es Jorge Rivas. Otros miembros del colectivo promotor tenían larga militancia en el Partido Comunista. Isaac Rapaport fue activista del PC hasta 1989 y es miembro de ICUF desde temprana edad. Larry Levy fue miembro de la Federación Juvenil Comunista hasta 1976 y hoy se define como kirchnerista. Patricio Brodsky es, actualmente, militante del PC. Por su parte, Dardo Esterovich abandonó la militancia partidaria en la izquierda tras regresar a la Argentina en los años 80, al tiempo que se vinculaba con Convergencia, de la cual luego se convertiría en su principal referente hasta su fallecimiento. De ese modo, su manera de habitar el campo judaico adquirió un modo militante bajo una dimensión organizacional a la vez que sus valores de izquierda se realizaron menos en el ámbito de las organizaciones partidarias y más en el espacio de lo judío. Ana Diamant, por su parte, es miembro del ICUF y concibe a la militancia como una práctica que abarca diversos espacios. Así, su participación en la Alianza Internacional para el Recuerdo del Holocausto es definida, en su relato, como una práctica militante de visibilización de lo que los actores conciben como un espacio de disidencia dentro del entramado social judeo-argentino. Más inclinado hacia el sionismo de izquierda, encontramos a Julio Feld, quien perteneció a la organización Hashomer Hatzair.
Para comprender esta amalgama de actores debemos remitirnos a procesos internos al campo judaico, como el abandono de posturas antisionistas radicales en el ICUF o el modo en que la revitalización de la ortodoxia religiosa judía produjo nuevas líneas divisorias. Pero también podemos observar que la conjunción de actores provenientes de diversos espacios se tornó posible en un contexto de disputa política a escala nacional, donde estos se referenciaron en el denominado campo “nacional y popular” frente a un otro al que denominaron con la categoría política de “la derecha”. Lo “nacional y popular” operó como espacio de inscripción de las prácticas de estos actores.
En la presentación que hace de sí a través de sus principios fundamentales, el LAJ se define como “una institución integrada por hombres y mujeres argentinos y judíos”, señalando las referencias nacional y judaica como categorías constitutivas de la identidad. El nombre de la agrupación, Llamamiento Argentino Judío, coloca estas referencias en un orden de importancia, buscado por los propios actores, donde lo argentino antecede a lo judío. Esta operación sobre los términos se comprende cuando se la compara con otros modos de pensar la relación entre argentinidad y judeidad en otros actores del campo judaico, los cuales priorizan su identificación como judíos por sobre su identificación como argentinos (Setton, 2021).
No puede comprenderse la formación del LAJ sin tomar en cuenta la existencia de un campo judaico en el interior del cual un conjunto de actores disputan los sentidos referidos a lo judío. Existe una historia interna del LAJ que remite a la reproducción del campo judaico. Si bien el campo es un espacio amplio que no se reduce a su dimensión organizacional, esta última constituye un escenario donde los actores disputan dispositivos de poder. La instancia organizacional, que comporta los mecanismos institucionalizados a través de los cuales son elegidos los elencos gubernamentales de la DAIA y la AMIA, influye en los posicionamientos que los actores pueden adquirir dentro del campo y en las relaciones que pueden establecer con actores de otros campos. Se trata del acceso de algunos, y la marginación de otros, a instancias consideradas en el exterior del campo como representativas de lo judío. Instancias que proporcionan prestigio, posicionamiento en redes políticas, laborales y de negocios.
Si bien las dinámicas de reproducción de poder dentro de la AMIA y la DAIA no son nuestro objeto de indagación, nos interesa señalar la interrelación entre el origen del LAJ y las derrotas políticas sufridas por parte de sus fundadores dentro del campo judaico, constatando la posición dominada dentro del campo detentada por los actores. Para inicios del siglo XXI, ese campo aparecía reconfigurado. El proceso de revitalización de la ortodoxia, que venía afianzándose desde los años 90, se expresaba en el escenario electoral comunitario con el triunfo del Bloque Unido Religioso en las elecciones de AMIA de 2008. Ese triunfo era leído por actores no ortodoxos como una amenaza a cierta concepción pluralista e inclusiva de lo judío. Esta lectura no estaba vinculada a tomas de posición respecto a la política nacional, sino que era transversal a actores de distinto signo político. El significante pluralidad configuraba las formas de inscripción de las prácticas políticas de los actores dentro del campo.
El “Polo del Judaísmo Plural”, lanzado a fines de 2008, agrupaba al ICUF, Convergencia y la filial argentina del partido socialdemócrata israelí Meretz. Su discurso se centraba en la revalorización de la pluralidad dentro del mundo judío y la necesidad de fortalecer las instituciones comunitarias. Otra participación de los futuros fundadores del LAJ en alianzas políticas se observa en la lista de “Acción Plural Comunitaria” para las elecciones de AMIA del 2013. Sin embargo, estas alianzas no redundaron en los resultados esperados, ya que los cargos obtenidos a través de las elecciones no fueron distribuidos acorde a las expectativas de estos actores. La reproducción de la posición dominada dentro del campo llevó a los actores a la construcción de un espacio político referenciado en lo judío pero que operó por fuera de la AMIA y la DAIA y donde las prácticas se inscribían menos en la dicotomía “ortodoxia- pluralismo”y más en el enfrentamiento con “la derecha”.
En entrevistas a los miembros fundadores observamos cómo la disputa contra la DAIA y la AMIA reenvía a problemáticas de largo aliento que, para estos, resultan significativas en el modo que tienen de habitar el campo judaico. El origen del LAJ no puede reducirse a derrotas electorales ni a un acontecimiento coyuntural. Los actores habitan el campo identificando clivajes y líneas de fractura que, para ellos, resultan significativas y producen identidad. Una de esas líneas remite al tema de los desaparecidos judíos y del rol de la DAIA durante la dictadura de 1976-1983. Cuestionan a la DAIA el no haber realizado una profunda autocrítica acerca de su modo de actuación en ese momento. La segunda problemática concierne al atentado al edificio de la AMIA en 1994, donde se acusa a la dirigencia de la DAIA de obstaculizar las investigaciones. La tercera reenvía, dentro de una escala global, a las políticas del Estado de Israel. Los integrantes del LAJ provienen de trayectorias en espacios que han sido críticos a las políticas de los gobiernos israelíes de los últimos años. Afirman que Israel ha girado hacia la derecha y cuestionan a las dirigencias de la DAIA y la AMIA por reproducir la visión de la realidad portada por los gobiernos de ese país.
Los cuestionamientos al pretendido monopolio de la representación de lo judío por parte de la DAIA es un tema recurrente en el ICUF, y que puede rastrearse hacia 1952, año de su expulsión formal de esta organización central. Kahan (2015) encuentra alusiones a este tema en su análisis de la revista icufistaTiempo, en los años 70. No se trata de un tema que emerge en la actual coyuntura, sino que el LAJ reedita un conflicto interno al campo judaico que se expresó históricamente en conjunción con las dinámicas políticas a escala nacional y global. Para el ICUF, denunciar el accionar de las dirigencias de AMIA y DAIA significaba denunciar a la “derecha nacional” (Kahan, 2015). Lo que cambia, en la presente coyuntura, es el uso del término dirección sionista en la clasificación peyorativa de esta dirigencia. Si el término sionista podía ser utilizado en el seno del ICUF con una carga negativa, no ocurre lo mismo en un movimiento como el LAJ, que integra a individuos identificados con el sionismo de izquierda.
Etapa inicial
El LAJ surgió durante el último año del segundo gobierno de Cristina Fernández, en un contexto marcado por el atravesamiento de lo judío y lo político. A comienzos de 2013, el canciller Héctor Timerman, quien se autoidentificaba como judío, pero sin que esta identificación formara parte de su esfera de acción pública, había firmado un acuerdo con su par iraní con el objetivo, de acuerdo al gobierno, de destrabar la denominada causa AMIA. Dicho Memorándum recibió críticas de parte del arco político opositor. La AMIA y la DAIA se plegaron a estas críticas. El asunto del Memorándum operó como combustible en la construcción del antikirchnerismo.10
En octubre de 2014, en el marco del 50° Coloquio de IDEA, el abogado Daniel Sabsay realizó una dura crítica contra el gobierno. Reproduciendo los tópicos discursivos del antikirchnerismo (falta de libertad de expresión, autoritarismo, impunidad y poca inserción en el mundo), proyectó su identidad judía como criterio de legitimidad, calificando a Timerman como “traidor a su esencia, un ser indigno que fue a negociar con un tipo como Mahmud Ahmadineyad que negaba el Holocausto, lo digo como judío, me da vergüenza” (IDEA, 24 de octubre de 2014). Al decirlo como judío, y al hacer referencia, en el mismo momento, a una esencia que Timerman habría traicionado, Sabsay introducía lo judío en el interior de un discurso referido a lo político. Por un lado, le reclamaba al canciller haber tomado una decisión política que entraría en contradicción con su identidad judía. Por el otro, lo judío operaba, a la par que el saber académico, como criterio de legitimación de la posición de enunciador.
Esta declaración produjo una reacción de miembros del ICUF y Convergencia, quienes pusieron en circulación un comunicado titulado “A nosotros nadie nos traicionó”. Allí, rechazan la existencia de una “esencia judía” y reivindican las “diversas maneras de asumir el judaísmo”, denunciando que el intento de reducir lo judío a una esencia “tiene por finalidad mantener amarrados a los judíos a los dictados del establishment comunitario [es decir, las dirigencias de DAIA y AMIA]”. Se retoma el marco de pluralidad pero esta vez alineado con la deslegitimación de las organizaciones “centrales”, a las cuales se identificaba con la oposición al gobierno y con el espectro político de la derecha. A la vez, se observa que el marco de ideología adquiere sentido para los activistas y les permite construir una visión del mundo. La operatividad de este marco se expresa en las escalas judaica, nacional y global. “La derecha”, para los activistas, se encuentra representada en el campo judaico dentro de la DAIA y la AMIA, cuyas dirigencias estarían alineadas a la derecha nacional y responderían, también, a la derecha que gobierna en Israel. En otro mensaje, difundido el 27 de marzo de 2015, expresan: “Las autoridades de DAIA y de AMIA, desde un primer momento, se encolumnaron con las fuerzas de derecha en su intento de utilizar la denuncia de Nisman y su posterior muerte con fines políticos electoralistas”. En el siguiente párrafo denuncian al ministro de agricultura de Israel quien, “en el reciente acto en recordación del atentado a la Embajada de Israel en Argentina, reivindicó la figura del fiscal Nisman diciendo ‘Pagó con su vida el intento de llegar a la verdad’”. La frase “No nos representan”, con la que finaliza el mensaje, hace referencia tanto a las organizaciones centrales judeo-argentinas (DAIA y AMIA) como al gobierno israelí.
Volviendo al documento anterior, se proyecta allí un escenario de conflicto y se establece una identificación política más clara. Se señala que el ámbito en el que Sabsay expresó sus palabras “reunía a lo más representativo del capital concentrado nacional y extranjero junto a los candidatos opositores ávidos de su apoyo”, cuyo objetivo era condicionar a estos candidatos para que se plegaran al consenso de Washington. El marco de imperialismo opera en este comunicado, donde se defiende la política de un gobierno que, al haber firmado el Memorándum, actuó “por fuera de los límites impuestos por la diplomacia del gendarme mundial”. El Memorándum es apoyado no solo porque resulta ser un intento de avanzar en la causa AMIA, sino porque supone una política de independencia del gobierno en el escenario mundial, una noción de soberanía que forma parte de la discursividad kirchnerista.11 Posee un valor ético más allá de los resultados que se pudieran obtener. Cabe señalar que aquí los actores se limitan a expresar su acuerdo con una política concreta, no con un camino realizado por los gobiernos kirchneristas. Tampoco plantean una identificación con una identidad política específica como el kirchnerismo. No obstante, el texto construye la definición de una situación identificando un conjunto de actores articulados: establishment comunitario, políticos opositores, dueños del capital concentrado y potencias mundiales. Esta amalgama de actores conforma el bloque de poder frente al cual el LAJ definirá los contornos de su identidad. Y si bien no se definen como kirchneristas, la ubicación de la oposición política en el polo de otredad anticipa mayores acercamientos a esta corriente política en un contexto donde la dicotomía kirchnerismo-antikirchnerismo adquiere propiedades estructurales frente a las cuales parece difícil evadirse.
La difusión de este comunicado redundó en un encuentro entre Timerman y las dirigencias del ICUF y Convergencia, mediado por un nuevo actor que entró en escena, Jorge Elbaum, quien luego sería el primer presidente del LAJ y que en ese entonces se desempeñaba en la Cancillería como embajador ante la Alianza por el Recuerdo del Holocausto. El encuentro es relatado por los actores como un momento que los impulsó a formar una organización alternativa a las dirigencias de aquello que denominaban como “judaísmo oficial”. Ciertamente, el relato de Timerman, expresando su consternación ante la política de la DAIA y la AMIA, se alineaba con los marcos cognitivos del icufismo.
Es difícil determinar el punto en el que el kirchnerismo opera como aglutinador de sectores del campo judaico históricamente distanciados como los sionistas de izquierda y los icufistas, o el punto en el que la dicotomía kirchnerismo- antikirchnerismo provee un lenguaje para la recreación de tensiones históricas propias al campo judaico. El LAJ no se autodefine como explícitamente kirchnerista ni recrea liturgias políticas propias del kirchnerismo o del peronismo. Más bien construye una memoria –y aquí el lenguaje escrito predomina por sobre las imágenes–, sustentada en la dicotomía izquierda-derecha.Se trata de una memoria de los inicios de la vida judía en el país, donde se destaca la fundación de cooperativas y la militancia dentro del amplio campo de la izquierda. El discurso recuerda el aporte a las luchas populares de los años 60 y 70 y la creación de un "Estado de Israel socialista". A la vez, identifica un momento de quiebre con la última dictadura, momento a partir del cual las dirigencias judías abandonan los ideales emancipadores. Esto va de la mano de un giro hacia la derecha en la política israelí. En este sentido, el LAJ se asume como una suerte de retorno a las fuentes.12 El apoyo a los gobiernos de Cristina Kirchner y de Alberto Fernández se alinea con esta construcción de la memoria que amalgama las escalas étnica, nacional y global.
En el mes de enero de 2015, días después del fallecimiento de Nisman, circuló por mail un mensaje proveniente de “Argentinos de origen Judío” con el motivo “Llamamiento a un encuentro nacional de argentinos de origen judío”. En este documento ya se perfila uno de los temas centrales del discurso del LAJ: la crítica a la pretensión de la AMIA y la DAIA de representar al conjunto de los judíos del país. La primera parte consiste en denunciar esta pretensión al monopolio de lo judío, señalando que “Durante estos últimos años son cada vez más los argentinos de origen judío,13 vinculados o no a las instituciones de la colectividad, que se sienten totalmente indiferentes y/o ajenos a la actitud de los dirigentes de las entidades centrales comunitarias”. Se señala que las opiniones, tanto en materia de política interior como exterior, de esta dirigencia, están condicionadas por directivas exteriores provenientes de la Embajada de Estados Unidos y del Estado de Israel. El comunicado apunta a deslegitimar la denuncia de Nisman. Si bien este documento se venía preparando antes de la muerte del fiscal, el hecho de que haya sido difundido con posterioridad a la misma supone el cuestionamiento al martirologio antikirchnerista.
La segunda parte postula la identidad de los convocantes, pero sin hacer referencia a las organizaciones de las que provienen. Más que una identidad referenciada en organizaciones, el discurso sitúa a los actores en un linaje: “Nos sentimos herederos de las mejores tradiciones [judías] progresistas que están representadas, entre otras, por sus aportes en el surgimiento del movimiento cooperativo y en su activa participación en los inicios del movimiento obrero y estudiantil.” El linaje tiene su momento fundador en la inmigración masiva de los judíos a la Argentina.14 Se trata de un linaje judeo-argentino, cuya reivindicación supone participar en una memoria no solo judaica sino nacional, disputando otras memorias nacionales. No encontramos aquí una referencia a los judíos peronistas ni a la Organización Israelita Argentina, organización paralela a la DAIA que funcionó durante los años 40 alineada al proyecto peronista.15 En las entrevistas que realizamos encontramos que no existe un consenso respecto a estas figuras y su revalorización.16 No hay tampoco, en este documento, una apelación directa al kirchnerismo, una revalorización de los gobiernos de este signo político, de sus figuras, de su proyecto y sus mártires, aunque la mención al concepto de “patria grande” sitúa a los actores en una constelación de sentido de la que el kirchnerismo participa. El mensaje termina invitando “a quienes comparten los fundamentos de este llamamiento a adherir y a aportar sus opiniones tendientes a preparar la realización, en el año 2015, de un Encuentro Nacional…”.
Este texto nos permite dar cuenta de varias cuestiones. Por un lado, el problema de la representación comunitaria y la existencia de un sector de no afiliados a las organizaciones judías, lo que ubica al documento dentro de un campo discursivo más amplio organizado en torno a la figura del “no afiliado”. Podemos rastrear la dinámica de este campo discursivo en una serie de intervenciones. Por ejemplo, la noción de posjudaísmo y la reivindicación del “Judaísmo a mi manera”, ideas movilizadas por el filósofo mediático Darío Sztajnszrajber en el marco de proyectos sostenidos desde la organización JOINT. También en la idea de un “judaísmo líquido”, enfatizada por el intelectual Pablo Hupert. En el ámbito académico, la propuesta del historiador de la Universidad de Tel Aviv, RaananRein, de investigar a los judíos no afiliados a las organizaciones. A la vez, en el año 2005, AMIA y JOINT publicaron una encuesta donde señalaron que “el 61% de las personas judías se encuentran desvinculadas de los espacios institucionales que propone la comunidad judía local” (Jmelnizky y Erdei, 2005,p. 51). Esta incorporación de los no afiliados en un análisis estadístico sobre lo judío funciona como insumo que los activistas del LAJ retomarán a la hora de legitimar su propia existencia y su cuestionamiento a la representatividad de la DAIA. Mencionar el porcentaje de no afiliados es un modo de mostrar que las organizaciones centrales no representan al conjunto de la población judía y que, por ende, sus opiniones en materia de política no deben ser asumidas como representativas de la población judía del país.
En febrero de 2015 se emitió un nuevo comunicado titulado “Por qué no vamos a la marcha del 18F”, en referencia a la “marcha del silencio” convocada a un mes de la muerte de Nisman. El firmante del documento, que se identificaba como “Colectivo promotor del Encuentro”, denunciaba que el objetivo real de la marcha era la desestabilización del gobierno nacional. A la vez, repudiaba a las dirigencias de la AMIA y la DAIA en sus actuaciones relativas a la investigación del atentado. Días después enviaron un mail con el motivo “Primer tarea conjunta!!!!!!!!”, donde señalaban: “¡Cada vez tenemos que ser más los que queremos expresarnos con voz propia y no con de [sic] los dirigentes de DAIA y AMIA que no nos representan!” En el mes de marzo se emitió otro comunicado el cual celebraba la decisión del juez Daniel Rafecas de desestimar la imputación de Nisman contra Cristina Fernández, Timerman y otros funcionarios. Allí, volvían a denunciar a las dirigencias de la AMIA y la DAIA, ubicando la contrariedad de las mismas frente a la decisión de Rafecas en una línea de continuidad que implicaba una serie de acciones llevadas a cabo desde el atentado de 1994: pedido de disculpas al entonces Presidente Carlos Menem, homenaje al comisario Jorge “Fino” Palacios, defensa del juez Galeano y sus fiscales y obstaculización del juicio a los encubridores. El documento, que a través de las firmas individualizaba al comité organizador, finalizaba con la misiva: “DAIA- AMIA: ¡¡ no hablen en nuestro nombre!!”.
Los miembros del LAJ que entrevistamos relatan haberse sentido sorprendidos por la enorme cantidad de adhesiones recibidas a sus comunicados. A la vez, el periódico Página/12, afín al kirchnerismo, informó sobre la convocatoria al Llamamiento a través de una nota titulada “Judíos pero no de la DAIA ni la AMIA” (7 de febrero de 2015), ampliando así el margen de visibilidad y contribuyendo a la producción de grupalidad. En este sentido, resulta difícil establecer el límite entre el conflicto interno al campo judaico y el conflicto en torno a las identidades políticas nacionales.
La primera etapa se caracterizó por la construcción de una identidad enmarcada en una forma de judaísmo laico articulada con lo nacional y popular como referencia identitaria que ubica a los actores en el entramado político nacional. Se trató de una etapa caracterizada por reuniones de un grupo impulsor formado por activistas de ICUF y Convergencia al cual se incorporaron actores que no pertenecían a ninguna de estas organizaciones. Las primeras reuniones se realizaron en el colegio Sholem, perteneciente al ICUF, para luego trasladarse a otros espacios. La Cooperativa de Trabajo “La Cacerola”, ubicada en Villa Crespo, se constituyó en un espacio central para las reuniones.No se puede dejar de mencionar el carácter simbólico de este espacio, ubicado en primer lugar en un barrio históricamente identificado con el judaísmo laico y, además, producto del movimiento de asambleas surgido en el año 2001.
Esa etapa se cerró con el acto realizado en la sede de FOETRA, el sindicato de telecomunicaciones, en el mes de abril, el cual recibió a 1300 personas. De acuerdo a un entrevistado, la elección de esa sede se debió a un contacto personal de alguien del grupo impulsor con la comisión directiva. Es decir, la elección de la sede no tuvo relación con los vínculos orgánicos del futuro LAJ con el movimiento sindical.
En el acto se repartió una encuesta a los asistentes donde se les pedía que señalasen los temas más importantes que creían que un nuevo movimiento debería abordar, con el objetivo de preparar una declaración de principios. A partir de la encuesta, los organizadores identificaron temas centrales sobre los cuales se organizaron comisiones de discusión que se reunieron en la sede de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBAlos días sábado. Allí, cada comisión redactó un informe sobre su tema específico que sirvió como insumo para la preparación del documento fundacional. Este documento fue distribuido por mail junto a un proyecto de estatuto.17 Se llevó a cabo una Asamblea Constituyente en el teatro IFT donde se consensuó el documento final y se determinó la elección de una comisión provisoria de un año de duración con la obligación de llamar a elecciones. De este modo, se cierra la etapa fundacional del movimiento.
Posteriormente, el LAJ transitaría en la oposición política, durante los cuatro años del gobierno de la coalición Cambiemos. Este período es recordado, por los activistas, como signado por la invisibilización en los medios de comunicación y las trabas a la institucionalización traducidas en las dificultades para constituirse bajo la figura de asociación civil, lo que se logró ya finalizado este período político. No obstante, el LAJ no se mantuvo inactivo durante ese período, sino que prosiguió con su estrategia de encuentros con referentes políticos y la divulgación de mensajes en los medios. Hoy día, el LAJ es una asociación civil con inscripción en la Inspección General de Justicia, lo que le ha permitido ampliar el repertorio de prácticas como ejemplifica el haberse presentado en calidad de amicuscuriae en la causa Memorandum.
Conclusión: ¿la política antes que la etnicidad?
En el caso que hemos analizado, el atravesamiento entre lo político y lo judío no remite a la lucha por los derechos, protección o visibilización de un colectivo étnico, cultural o religioso. En el discurso del LAJ no predomina la denuncia contra el antisemitismo, si bien el movimiento ha emitido documentos denunciando discursos antisemitas particulares.18 Integrando un espacio discursivo más amplio que se fue desarrollando desde el inicio del ciclo de gobiernos kirchneristas en 2003, el LAJ se presenta a sí mismo como contraposición de una otredad que define como “la derecha”. Se trata de un Otropolítico, que es pensado y nombrado a partir de categorías políticas y del cual la dirigencia de la AMIA y la DAIA participarían. Las prácticas de la dirigencia judía “oficial” son interpretadas por los miembros del LAJ a partir de los marcos cognitivos que produce lo político. La razón de ser del movimiento se fundamenta en este mismo lenguaje. El LAJ se crea para proteger un proyecto político a escala nacional que, por entonces, se veía amenazado. El marco de ideología permite pensar tanto las dinámicas del espacio de lo judío como de la política a escala nacional y global. Los activistas del LAJ habitan ambos mundos a partir de los mismos marcos cognitivos.
El discurso produce los contornos del grupo y a la vez crea las condiciones para que estos contornos sean sujetos a negociaciones y redefiniciones. En principio, el criterio de pertenencia al LAJ estaría determinada por el hecho de no sentirse representados por la DAIA y la AMIA. Se trata de una identidad reactiva, enfatizada en el discurso del movimiento: “El común denominador de los encuentros es el rechazo a la representación política de la totalidad de la colectividad judeo-argentina que se arrogan DAIA y AMIA” (Boletín Núm. 2, 3 de abril de 2015). Es la oposición a “la derecha”y la toma de posición frente a los eventos relacionados con el Memorándum la que se postula como primer criterio de identificación. No es la común adscripción al judaísmo lo que opera como criterio de pertenencia, sino la inscripción de la persona en el espacio nacional y popular. Los contornos del grupo se definen en función de la ideología: “del centro a la izquierda, todo”, sostiene Jorge Elbaum en la entrevista que le realizamos. Un criterio ideológico poco específico, pero que se irá especificando a través de las intervenciones del movimiento, de sus comunicados y boletines. La defensa de las gestiones de los gobiernos kirchneristas y de sus referentes, entre los cuales encontramos tanto a Cristina Fernández como a Milagro Sala, así como la actual toma de posición a favor del gobierno de Alberto Fernández, van especificando ese espacio de izquierda y generando un cerco que excluye a la izquierda opositora al kirchnerismo. Al mismo tiempo, el énfasis en la identificación política genera las condiciones de posibilidad para la participación de personas no judías, como de hecho ocurre. Esta presencia, aunque minoritaria, da cuenta de la predominancia de lo político por sobre lo étnico en la producción de espacios de interacción y socialización dentro del LAJ.
Sin embargo, esta diferencia entre etnicidad y política puede resultar, por momentos, artificial. Algunos miembros del LAJ habitan lo judío en clave política. Para ellos, la tradición judía es la que provee de valores humanistas y prácticas revolucionarias que los actores reconocen como parte de su linaje:
Yo no digo que la militancia de izquierda no está vinculada a lo judío, porque eso es ponerlos en contraposición(…) Entonces para mí el tema de los valores judíos de esa tradición de lucha de los judíos en Europa, su participación en los partidos revolucionarios, eso es lo que yo tomé de la identidad judía. Entonces para mí no hay una cosa que divida. (…) Mi participación en la vida política judía, mi conducta, están marcadas por todo lo que me viene de la tradición judía (Entrevista a Dardo Esterovich, activista de Convergencia y miembro fundador del LAJ, 22 de mayo de 2019).
Mientras que a la pregunta “¿quién es judío?”, responden apelando a una definición subjetivista: “es judío todo aquel que se reconozca como tal”, a la pregunta por el judaísmo responden a través de un ejercicio de memoria que define contornos de lo judío en clave política. En este sentido, el LAJ pone en escena un proyecto identitario donde lo político opera como clave de lectura de lo judío.
Dentro del LAJ se debatió acerca de su posible inserción formal en el Frente de Todos, postura que fue rechazada en el preplenario del 14 de diciembre de 2019 argumentándose 1) que el LAJ no era una organización partidaria, 2) que el alineamiento político partidario había sido, precisamente, aquello que se le criticaba a la DAIA y a la AMIA y 3) que el LAJ estaba formado por personas de diferentes orientaciones partidarias. No obstante, es la identificación con el kirchnerismo la que predomina y la que se proyecta en las situaciones de interacción. Esto señala una tensión de la cual podemos dar cuenta a partir de dos situaciones. Una de ellas remite a una anécdota que me fue transmitida en una entrevista y que, además, fue recordada en un encuentro de los miembros del LAJ. Cuenta la anécdota que cuando Vladimir Lenin llegaba a las reuniones del Partido Bolchevique, quienes estaban ya presentes dejaban de hablar idish (la lengua hablada por los judíos de Europa del este) y pasaban a hablar ruso porque, decían, acababa de llegar el goy (el no judío). Esta anécdota, que opera como un acto de memoria, inscribe a los miembros del LAJ en un linaje étnico-político, reivindicando la participación y, sobre todo, la preeminencia de los judíos en los movimientos progresistas. Independientemente de su exactitud histórica, la narración de esta anécdota funciona como un modo de proyectar una identidad étnico-política que, actualmente, los activistas del LAJ perciben en crisis.
El segundo evento tuvo lugar en la reunión preplenaria de diciembre de 2019, realizada en el teatro IFT del barrio de Balvanera. El encuentro se inició con las palabras de Miriam Saferztein, quien celebró el por entonces reciente triunfo de Alberto Fernández. La reciente victoria del Frente de Todos era interpretada como el resultado de la habilidad y generosidad de Cristina Fernández. A la vez, Saferztein advirtió que el gobierno enfrentaría embates desde la derecha y la izquierda, mencionando como ejemplo una manifestación de trabajadores del tren Roca el día posterior a la asunción del flamante presidente. Fue entonces cuando un asistente cuestionó a la oradora a partir de categorías y modos de discurso identificados con las agrupaciones trotskistas. Inmediatamente esta persona fue llamada al orden, no por el contenido de su discurso sino por la ruptura de las reglas de interacción, es decir, por haber interrumpido el discurso de apertura, lo que para este asistente constituyó un motivo suficiente para abandonar la reunión a pesar de las palabras conciliadoras de Saferztein.
Lo dicho hasta aquí muestra que las relaciones con el kirchnerismo no están definidas en el seno del LAJ. Existe una tensión entre la adscripción a un linaje étnico-político que trasciende las identidades específicas en las cuales el mismo se expresa, siendo el kirchnerismo la identidad que expresaría este linaje en la Argentina contemporánea.
Esto da cuenta de dos dimensiones de la etnicidad politizada. Por un lado, una dimensión constituida a partir del ejercicio de la memoria que conlleva la inserción de los actores en un linaje con fronteras amplias que incluye al comunismo y también al peronismo, entre otras referencias. Por otro lado, la percepción entre los actores de que ese linaje se expresa, en la actual coyuntura, en el espacio kirchnerista, lo que produce una frontera más cerrada que excluye a la izquierda trotskista contemporánea a la vez que se reivindica la judeidad de León Trotsky.
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Notas
Recepción: 03 Noviembre 2021
Aprobación: 20 Mayo 2022
Publicación: 01 Marzo 2023