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“(Des)aparición y después. Entre el arrasamiento y la (re)construcción de los espacios de interacción”
Resumen: La desaparición forzada de personas en la Argentina produjo múltiples rupturas psicosociales. En el caso de los sobrevivientes de los Centros Clandestinos de Detención (CCD), la vida con posterioridad a la (propia) desaparición se fue desplegando con pesares, miedos y modalidades diversas de persistencia de la violencia vivida. A partir del análisis de entrevistas en profundidad a sobrevivientes de los CCD, en este artículo se abordan las primeras reconfiguraciones producidas en los espacios de acción e interacción, haciendo foco en la desarticulación de los espacios relacionados con la acción política y las (re)construcciones de nuevos entramados, vinculados principalmente con ámbitos privados de la vida cotidiana, como la familia y el estudio.
Palabras clave: Desaparición, Sobrevivientes, Espacios de interacción.
‘(Des)appearance and after. Between razing and (re)construction of interaction spaces’
Abstract: Enforced disappearance in Argentina produced multiple psycho-social ruptures. In the case of the survivors of the Clandestine Detention Centers (CCD), life after (own) disappearance was deployed with regrets, fears and different forms of violence´s persistence. From the analysis of in-depth interviews realized to CCD´s survivors, this article deals with the first reconfigurations produced in the spaces of action and interaction, focusing on the disarticulation of the spaces related to political action and the (re)constructions of new interaction frameworks, mainly linked with private areas of daily life, such as family and study.
Keywords: Disappearance, Survivors, Interaction spaces.
1) Introducción
La desaparición forzada de personas, desplegada en la Argentina durante 1975-1983,1 produjo un cúmulo de rupturas psicosociales cuya vigencia se sostiene en el presente. En el caso específico de los sobrevivientes de los Centros Clandestinos de Detención (CCD),2 la vida con posterioridad a la (propia) desaparición estuvo atravesada por múltiples formas de persistencia de la violencia vivida que afectaron al/los sujeto/s en la dimensión de su propia subjetividad avasallada3 como así también en lo referido a sus principales ámbitos de acción, interacción y pertenencia –vinculados, fundamentalmente, con la militancia política, social y/o sindical4–. No obstante ello, los sujetos fueron poco a poco –y como pudieron– reinscribiéndose en nuevos entramados intersubjetivos y repertorios de acción que coadyuvaron, en mayor o menor medida, en formas incipientes de elaboración y reposicionamiento subjetivo.
En el marco de un campo de estudios que reconoce sus principales antecedentes en las experiencias del exterminio nazi y el caso argentino,5 en este artículo, abordaré las oscilaciones producidas entre la desarticulación de los espacios de acción (política) y la (re)construcción de esos nuevos (o viejos) entramados con el objeto de analizar sus implicancias en las trayectorias de vida. A modo de hipótesis, sostendré que al tiempo que las diversas formas de aislamiento y/o retraimiento que acuciaron al/los sujeto/s en los momentos posteriores a la liberación fueron reforzando los efectos de la experiencia vivida,6 el repliegue sobre los espacios afectivos más próximos –como la familia–, y/u otros ámbitos privados de interacción –como el estudio,7– dio lugar a formas de sostén, resguardo y amparo que apuntalaron al/los sujeto/s –al menos en los primeros tiempos— y viabilizaron con ello modalidades incipientes de reafirmación subjetiva y proyección a futuro.
A partir del análisis de historias de vida de sobrevivientes de CCD residentes, al momento de las entrevistas, en la Ciudad de Buenos Aires y el Gran Buenos Aires,8 estructuraré la exposición en diferentes apartados. En el primero, me abocaré al momento de des-articulación social y política que se anuda a la (propia) desaparición, haciendo foco en las implicancias subjetivas del cúmulo de des-vinculaciones previas y posteriores a la experiencia límite. Luego, abordaré la re-configuración de esos nuevos entramados relacionales que, vinculados al espacio íntimo y/o privado de la vida cotidiana, operaron –al menos en los primeros tiempos– como los ámbitos primarios de sostén y cobijo.
2) De rupturas y des-vinculaciones
Como se anticipó, las trayectorias de vida que componen este estudio hablan de profundas rupturas: de los espacios de acción, de lazos, de proyectos de vida, de construcciones identitarias. Mayoritariamente, estos quiebres se vinculan con los momentos posteriores a la propia desaparición, al tiempo que algunas voces dan cuenta también de rupturas previas que remiten a desencuentros múltiples con espacios de pertenencia –vínculos familiares, amistades y/o ámbitos políticos–,9 dando espesura a un derrotero de desvinculaciones que anuncia pesadas cargas. Ahora, ¿en qué consiste ese cúmulo des-vinculaciones que se producen antes y después del atravesamiento del CCD? ¿Cuáles son las especificidades de esas rupturas y, también, sus posibles solapamientos? Y, en todo caso, ¿qué significación asumen en los cursos vitales, trastocados y reconfigurados por la (propia) desaparición?
2.1) Aislamientos previos
La consolidación –hacia mediados de los años 70– de los procesos de hostigamiento y persecución política de los sectores movilizados del campo popular y, particularmente, los procesos de terror desplegados con posterioridad al golpe militar de marzo de 1976, configuraron el escenario de múltiples rupturas, distanciamientos y desencuentros que antecedieron a la propia desaparición. En efecto, el peligro y la posibilidad de la muerte fueron complejizando las condiciones para la militancia política y propiciando, de manera acentuada, la reducción y/o el cercenamiento de los espacios cotidianos de encuentro, participación y socialización. Como señalan las autoras de Ese infierno:
La militancia se había transformado. Ya no era esa experiencia plena, semejante a la felicidad, que a todos nos había embargado: a partir de 1976 el peligro, la tortura, la muerte, se sentían cada vez más cerca… estuvo marcada por el cansancio, el desamparo, el miedo. El terror cerraba las puertas que antes se abrían para los militantes. Estaban cercados, golpeados por las desapariciones casi diarias de los que querían (Actis, Aldini, Gardella, Lewin, y Tokar, 2001, p. 37).
Al respecto, coinciden también otros testimonios; entre ellos, el de Pilar Calveiro:
La militancia después del golpe del 76 ya es otra cosa (…). Es ya una situación de estar… arrinconado. Y yo tenía bastante claro que nos iban a hacer mierda. Y sin embargo, era persistir en una apuesta (…), creo que estaba la cosa de los compañeros muertos (…). Un pedazo de esperanza de salvar algo (…). Tu mundo se había convertido, se había acortado a esta militancia, de los compañeros (Memoria Abierta, Testimonio de Pilar Calveiro, Buenos Aires, 2006).
En su estudio sobre las localidades de La Plata, Berisso y Ensenada, la socióloga María Maneiro (2005) profundiza sobre las rupturas –familiares, laborales, sociales y políticas– anudadas a la vida en clandestinidad, por un lado, y la proximidad cotidiana de la muerte, por el otro. En este sentido –señala– los procesos de desaparición se solapan e imbrican con un cúmulo de des-vinculaciones previas que fueron marcando y mellando la vida cotidiana de los sujetos, sus propias familias y entornos. La amenaza de muerte comenzaba a producir el repliegue, el aislamiento, al tiempo que configuraba un nuevo espacio de incertidumbre y desamparo. Los ámbitos de militancia y de referencia comenzaban a cercenarse, a reducirse, y así emerge en los testimonios:
Y ahí, obviamente, (…) se fueron… ¡reduciendo nuestros espacios! Pero reduciendo mucho nuestros espacios. Había una situación… en la que… ¡lo que prevalecía era tu seguridad! Entonces vos no podías ir a un lugar, y volver tarde… E ir a un lugar donde iba a haber militantes de otras agrupaciones, o de otros frentes, o de otras tendencias. Vos estabas ahí y con los que te juntabas era con tus compañeros de ámbito… O sea, toda tu posibilidad de conocer otra gente, ¡estaba muy reducida! ¿No? Por cuestiones de seguridad (Miriam, comunicación personal, 30 de mayo de 201110).
Y bueno, y tratábamos, en lo posible, de conectarnos con otros que estuvieran… Pero, claro, al no saber dónde vivían los demás, viste, como nosotros estábamos todos compartimentados, sólo te podías ver con los que sabías dónde vivían o tenías un teléfono. [Con un tono más apagado, pensativo] Y, sí, había una cosa así como de… soledad (Susana, comunicación personal, 29 de noviembre de 201111).
Y en la Facultad ya venía una época muy difícil. Era en el… 78. ¡Y no tengo grupo, en la Facultad! Porque en ese momento mis compañeros estaban…, no había prácticamente muchos compañeros en mi Facultad, que era de Psicología, algunos se habían ido, otros estaban…, eh…, no sé haciendo qué, trabajando. No tengo grupo. Y empiezo medio a alejarme también, porque… [pensativa, con un tono bajo] no sé qué pasó… [Con agobio] En el 76 habían caído unos, en el 77 otros… Nosotros que vivíamos en una pensión, que me iba para el otro lado, que vivía con no sé quién. Todo era un lío… Este…, estoy un poco descolgada del grupo, no… (…). Y había mucho miedo. Mucha represión y todo se hacía con mucho temor… [Baja el tono de voz] En ese interín..., nada, ya me alejé un poquitito pero me llevaron, así que no…, no sé. (…) Sé que estaba como descolgada en ese momento. De la militancia, pasar de ser algo muy importante a sentir que ya me había quedado sin un grupo permanente de referencia (Nieves, comunicación personal,10 de abril de 201212).
Ese mundo de referencia comenzaba, así, a desmoronarse. A partir de entonces –señala Maneiro– la vida de los militantes comenzaba a articularse, fuertemente, en torno a la supervivencia (2005, p. 92) como figura que condensa el golpe y el cercenamiento abrupto que produce esa nueva realidad de muerte/desaparición. En este marco, los tiempos se acortaban ante la inmediatez de ese mundo relacional cercenado y, fundamentalmente, ante la amenaza concreta de la muerte posible. Con ello, comenzaba a transformarse también ese horizonte de sentido que sostenía el propio hacer político. Frente a este acotamiento, los relatos se van desplazando desde un tiempo de proyección –individual y colectiva– configurado en torno de la militancia hacia un presente continuo donde la amenaza de muerte cobra centralidad y emerge, acechante, en su propia evocación.
2.2) La “soledad” del después. Nuevos pliegues del entrampamiento
Producto del terror y la desaparición, entonces, el mundo de la militancia –aquel que funcionaba como espacio de pertenencia y proyección a futuro– se había ido cercenando: gran parte de “los compañeros” no estaban ya –muchos habían desaparecido, otros se habían exiliado, otros habían simplemente abandonado la militancia– y los espacios conjuntos de acción se habían ido desarticulando, mayoritariamente. Y en ese marco de persecución, desarticulaciones y “caídas”,13 se produjo el propio secuestro y desaparición.
Una vez liberados, el pesar por la (propia) desaparición y posterior sobrevida se reforzaba en y con la desarticulación de ese mundo de afectividades, solidaridades y cotidianeidad, que se había configurado en torno de la militancia. De modos diversos, el resquebrajamiento de los espacios intersubjetivos y los modos de acción vinculados a la práctica política cobra espesura en los relatos dando cuenta de la fuerza disruptiva del secuestro y la (propia) desaparición y así, como producto del terror y el peligro –en plena dictadura– o como parte de las (im)posibilidades y/o disposiciones subjetivas de cada caso, el relato de esa (sobre)vida comienza a articularse con la preeminencia de un yo avasallado que emerge como contrapunto del desdibujamiento de las instancias colectivas y las proyecciones del sujeto.14 Volvamos a las entrevistas.
En el caso de Susana, los tiempos posteriores a su liberación estuvieron fuertemente vinculados al nacimiento de su hijo y la búsqueda de su compañero desaparecido. En nuestras conversaciones, así recordaba los primeros momentos en “libertad”:15
E:16 ¿Y cuando llegaste a lo de tu mamá, en esos días que pasaron, qué empezaste a hacer?
S: Y yo llegué a lo de mi mamá y… Y, bueno, mi mamá vivía en un departamento de 2 ambientes, con mi hermano, que tiene 3 años más que yo, eh, que vivía ahí. ¡Y mi abuela! Imaginate [sonríe]. Y yo llegué. Yo lo que empecé a hacer es…, eh…, yo estaba… La verdad es que… en esa época estaba muy sola, porque todos mis amigos no estaban. V. [su amiga] estaba en el exilio, porque se habían llevado a su hermana… ¡Yo no tenía a nadie, porque no tenía a nadie! O sea, todos mis compañeros desperdigados…
Más adelante señalaba entre lágrimas:
No, no, no... Yo estaba como…, no… No, no… Era como… O sea, que nunca pude ser la misma, ¿entendés? No, ¡no era alegría por nada! No. No podía decir… Para mí eso no era libertad, sabiendo que estaban secuestradas las chicas ahí [en relación a sus compañeras de cautiverio, que continúan desaparecidas]. Eh… No, era como que no… Es un lugar que no tiene retorno, no sé. Hay algo que quedó ahí. Y, sí, yo estaba contenta de ver a mi mamá, a mi abuela, pero… ¡nada tenía sentido! No te puedo explicar… Era como… (…) Era muy difícil vivir, porque ahí me di cuenta que nadie… ¡que todo el mundo estaba en cualquiera! ( Susana, comunicación personal, 29 de noviembre de 2011).
La ausencia de ese mundo de interrelación construido, personificada fundamentalmente en la figura de su compañero y sus amistades, junto con la suerte corrida por sus compañeras de cautiverio, redoblaban los pesares y la sensación de soledad. Esas rupturas, esas ausencias y dolores desinvestían de sentido su propia (sobre)vida y traían la certeza de una vivencia, de un lugar de “no retorno” a partir del cual no volvería a “ser la misma”.
En el caso de Delia, se advierte también esa soledad de los tiempos posteriores.17 El cuidado de sus hijos pequeños, la ausencia de su compañero desaparecido, la muerte de su padre y la enfermedad de su pequeña hija –producto de las secuelas que la tortura había generado en su embarazo durante el primero de sus dos secuestros– configuraban un contexto complejo que potenciaba la ruptura de ciertos vínculos:
Eran años de terror, de silencio, de estar pendiente que no sabés a dónde caer, ni con quién hablar, ni qué decir, ni poder hablar con nadie de nada. Me preguntaban por el padre de mi hijo, que lo había abandonado, tuve también que tener toda una historia armada para contarle a todo el mundo y hablar lo menos posible de todo. Así que fueron años muy duros (…).Y sin poder compartir con nadie porque a vos, es tu mundo, y las conversaciones eran, con las docentes, con todo el mundo había un... Como que uno se armó de una coraza para todo, no solamente para poder seguir viviendo, sino en las relaciones con los demás, porque no sabías ni con quién estabas hablando, ni lo que decías adónde llegaba. (…) Y era todo oscuro.
En los años siguientes, los espacios de relación se habían resquebrajado profundamente:
E: ¿En ese contexto seguías viendo a tus amigos o era más difícil...?
D: Y ahí era muy difícil. Bah, seguí viendo a los que yo tenía, de todo el grupo que éramos, a dos amigas, que nos seguimos viendo ahora. Eh, a esta amiga que el marido era el compañero de trabajo y de militancia de M. [su marido]. Después ellos con el tiempo se separaron y con ella nos seguimos viendo permanentemente aún hoy. Y mi otra amiga, en abril, mayo del 77 también fue secuestrada, ella estuvo en Mansión Seré, 14 días, también la largaron, fue una detención fea. Ella después se fue para España. Pero cuando volvió también nos seguimos viendo. Pero en aquellos trances con la que me veía era con una de mis amigas, con la cual siempre... que tenía dos nenes de las edades de mi hijos más o menos. (…) Con otros no, porque algunos se fueron, eh, o no estaban en el barrio. Después nos fuimos reencontrando, pero en esos años no había relación con nadie (Delia, comunicación personal, 5 de agosto de 2014).
Las vicisitudes de la vida privada cobraron centralidad durante los años posteriores a los secuestros, subsumiéndola en un profundo repliegue sobre el núcleo familiar que persistió hasta entrados los años 80 y se sostuvo, al menos, hasta la muerte de su niña, a mediados de esa década.
Militante de la Juventud Guevarista, Julián había sido secuestrado a finales de abril de 1976 y, luego de permanecer recluido en lo que posteriormente pudo identificar como Coordinación Federal, fue puesto a disposición del PEN. Tras largos meses en el Penal de La Plata, en diciembre de ese año fue liberado. En su caso, la tortura le había dejado graves secuelas físicas que, una vez en libertad, acarrearon un conjunto de operaciones que lo mantuvieron en extremo reposo. Esta situación particular, en un contexto en el que persistían las desapariciones, dio lugar a un profundo aislamiento, y a un repliegue sobre sus vínculos más íntimos. A partir de entonces, se iniciaría una nueva etapa en su vida, absolutamente escindida de los vínculos previos y de la actividad política:
E: ¿Y volviste a frecuentar a tus compañeros del colegio, de militancia?
J: No. No. En absoluto. No, porque… Por ejemplo, hubo, eh… posterior a mi libertad, digamos, fueron saliendo en libertad otros pibes, que se iban al exilio. (…) Y evitábamos todo tipo de… O sea, te enterabas, por ahí te hablabas por teléfono, pero no salías… a encontrarte, ¿entendés? No era una cosa que vos podías… hacer sociales, digamos. O expandirte, decir: “¡Ah, vamos a festejar, que salimos…!”. No, era, eh… Es increíble, pero era algo que… ¡envolvía todo! Ese clima denso y de terror, este… parecía como naturalizado. O sea, estaba incorporado a la cotidianeidad. (…) Digamos, era como si un mundo, que vos tenías, desapareció.
En este sentido, la reclusión propia de su dolencia hizo serie así con profundas desvinculaciones, que traerían ante todo la sensación –aún vigente– de un “mundo arrasado”, “desaparecido”:
Yo tengo el pensamiento consciente de mi mundo desaparecido, simplemente… ¡hay cosas que no están más! [Hace una pequeña pausa]. No, no, no hay, eh… Eh, el efecto que más, digamos, que yo mejor puedo… pienso que transmite, es el tema de algo… ¡Tierra arrasada! Algo arrasado. Algo que, viste, ¡que estaba y no está más!.
Julián retomó sus estudios de Economía en el año 78, recibiéndose en 1982. Y lo hizo –señala– “en un cono de sombra”, “en una especia de isla”, como parte de un “deambular” posterior a la (propia) desaparición.18 Un transcurrir lo cotidiano que obliteraba, “negaba” y silenciaba ese pasado inmediato: “(…) ese deambular parece que tiene una lógica, una coherencia. Está totalmente sumergido en una situación de, [baja el tono] de oscuridad y de silencio de lo que seguía pasando… Y de negación”. Su mundo de relaciones previas, fuertemente vinculadas a la política, se vio sacudido, devastado. Preso de esa devastación, como “aturdido”, su vida previa permanecía negada y soterrada –por largos años– en el devenir de lo cotidiano. Una cotidianeidad nueva se delineaba, escindida plenamente del “antes” de la (propia) desaparición:
Porque imaginate que yo en el 77, si bien estaba muy… en un cono de sombra, guardado, retraído (…), estaba básicamente aislado. Estaba muy, muy metido en la casa, muy…, con mucho miedo. (…) Y a partir de eso, digamos, mi mundo se empieza a armar como desconociendo toda mi vida anterior. (…) Digamos, era como…, como si un mundo que vos tenías… desapareció. Bueno, la palabra…, pero implosionó, explotó por el aire. Y había otro mundo, vamos a llamarlo de…, el mundo no político, el mundo apolítico, el mundo del trabajo… O de la familia, de la novia de los 15 años (…). Vos fijate mi deambular: voy a la facultad, más o menos. Voy, pero sin mucho, digamos, entusiasmo. Para ponerle un término. Como que yo ya estaba como… ¡limado! Fisurado, limado, a media máquina. Aun así, fui positivo, digamos, fui para adelante. Pero ir para adelante no implica que estás bien encaminado. Simplemente estás yendo para adelante. No estás mirando, ni evaluando, ni siendo muy crítico. Estás en una huida hacia adelante, digamos. No sabés de qué estás huyendo, pero… [pequeña pausa]. Eh…, ¡empezás ese deambular!
(…) Y después, con los años empezar a… [parece trabarse, como buscando las palabras] a construir un relato de mi vida, de mi… De, de… de mi deambular a partir del episodio de la desaparición. [Hace una pequeña pausa].
O sea que tiene, digamos, para ordenar un poco el relato, tiene un montón de componentes. O sea, la militancia previa, la detención, la tortura, las fracturas, la recuperación física. El ir a la universidad… como una sombra. Empezar a intentar aparecer un poco y después, después recular, retraerme. Entrar en un cono de sombra. Eh… tener una vida que era una vida, digamos, de alguna manera…, de un mundo… [parece trabarse nuevamente, como buscando las palabras] que, digamos, que para mí… ¡era un exceso de vida! ¿Me entendés? ¡Porque yo no podía creer que tenía esa posibilidad de volver a vivir! Y, bueno, volviendo al tema de la facultad, que era mi conexión con el mundo más real…, a medias, eh… (…), como una sombra, el hecho de haberme recibido…, sin saber bien ya para qué, ¿me entendés? Una especie de…, de un tránsito degradado del estudio hacia el título de economista (Julián, comunicación personal, 26 de abril de 2011).
Su mundo conocido había sido “arrasado” y a eso se anudaban, sin embargo, nuevos espacios de socialización.19
La historia de Margarita expone, también, la profundidad de las rupturas y de esa soledad posterior. Alejada de su Tucumán natal –donde había sido secuestrada en mayo de 197520–, los primeros años de insilio en Buenos Aires fueron de un profundo pesar y de un fuerte sentimiento de culpa por la suerte corrida por su familia:21 desmembrada entre Tucumán y Buenos Aires, la situación de precariedad y peligro y, unos años después, la sucesivas muertes de su padre y de su madre acabaron por generar en ella una sensación de “devastación”. Con su marido preso y la sola ayuda de su madre, los primeros tiempos en Buenos Aires habían sido de una dureza y un aislamiento extremos. Tironeada entre el cuidado de su hijo pequeño y trabajos que alcanzaban tan solo para la subsistencia, Margarita recuerda ese período con un profundo desgarro, emocional y vincular. En 1977 su esposo –que hasta entonces permanecía preso en la provincia de Tucumán– fue liberado, lo que no implicó sin embargo una mejora en las condiciones de vida. Si bien habían logrado contactarse con compañeros de Montoneros (zona Sur) y retomar cierta militancia de manera clandestina, persistía la situación de precariedad y, fundamentalmente, de terror. Los compañeros caían y la situación económica continuaba siendo muy mala; en ese contexto, incluso, habían tenido que dejar a su hijo al cuidado de una familia de conocidos, en una localidad del Gran Buenos Aires:
¡Aparte nosotros no teníamos nada! [Comienza a hablar más rápidamente, agitada, con angustia] Porque vivíamos en pensiones, dejábamos lo que teníamos. No, no, era una cosa, un desastre. No había para comer, no había para pagar la pensión. La única que trabajaba era yo porque esa cuestión de legalidad me daba una fortaleza para buscar trabajo. Mi hijo no estaba conmigo, J. estaba en la casa de unos compañeros. [Sigue con un tono pausado, muy angustiada] Era un desastre, todo era un desastre. Un desastre total… Yo pasaba llorando todo el tiempo. No, era una cosa… Me arrepentía de haber vuelto con mi compañero porque las condiciones de existencia eran peores. (…) Los compañeros caían. Vos ibas a una cita y el compañero no… No, era una cosa… tremenda, tremenda, tremenda, tremenda, tremenda…
En julio de 1978 Margarita tuvo a su segundo hijo y con su compañero decidieron descolgarse definitivamente de la organización. A finales de ese año la familia pudo volver a unirse y, sin embargo, persistió la tristeza; en el curso de algunos meses, murió su padre y, poco tiempo después, su madre:
Así, que bueno, fue un desastre, un sufrimiento total, que ahora que yo me acuerdo, la verdad que… me parte el alma. Pero, bueno, la cuestión es que logramos sobrevivir a toda esa situación.
Y, bueno, pasó el 80… Bueno, lo más terrible vino después. En el 79, mi viejo se muere de cáncer y en el 80 se muere mi mamá. O sea que fue…, fueron 5 años mortales. No, una cosa que no, no… Bueno, por la muerte de mi mamá yo ahí ya me enfermo, empiezo a sentirme mal, como que no…, como que yo no… ¡no podía más! Viste, era una cosa que… Mi mamá muere en Buenos Aires, viene de visita y se muere. [Con un tono triste, bajo, como apagado] O sea que fue muy trágico todo…, toda esa época.
Margarita se sentía “enloquecer”. Tiempo después, en 1981, decidió estudiar Radiología en la Universidad del Salvador y dos años después pudo comenzar a ejercer la profesión. Y fue precisamente la incursión en estos nuevos entramados de relación –y, fundamentalmente, su posterior inserción en la Asociación de Ex Detenidos Desaparecidos (AEDD)– lo que le permitió salir adelante:
Y esa estructura, diríamos, me salvó. Porque la verdad que yo estaba… devastada totalmente. Me sentía muy mal, muy mal, porque estaba con esa situación de mucha culpa por todo… El fallecimiento de mis viejos, mi hermano me hacía responsable de todo… Bueno, fue tremendo. Esos años fueron muy duros (Margarita, comunicación personal, 6 de octubre de 2011).
Como vemos, las historias van dando cuenta de diversos modos de ruptura de lo sido, de los espacios de acción e interrelación. La desarticulación del mundo conocido, la pérdida de los amores, el cercenamiento de las relaciones más próximas y de los espacios de acción política –sea por desaparición, sea por exilio, sea incluso por desconfianza de los otros– produjeron un sinfín de rupturas interpersonales y subjetivas que reconfiguraron de manera sustantiva los proyectos vitales y el espacio cotidiano del sujeto. Frente a esas descomposiciones, no obstante, se fueron conformando nuevos (o viejos) espacios y entramados de interacción que hasta el momento de la (propia) desaparición se habían visto mayoritariamente eclipsados por la militancia. Como veremos a continuación, esos vínculos serán evocados desde la ambigua sensación del cobijo y la pérdida, conjuntamente.
3) Los primeros resguardos. De la vuelta sobre los espacios privados de la vida cotidiana y el resguardo de los vínculos más próximos
Desarticulados los espacios de participación y desvinculados de sus organizaciones de pertenencia, los relatos enuncian un movimiento de “repliegue” sobre otros espacios de la vida cotidiana, principalmente, aquellos que habían albergado al sujeto con anterioridad a su inserción en la escena política y que fueron objeto, luego, de fuertes tensiones:22 en primer lugar, la familia aparece como ese espacio del amparo originario que vuelve a cobijar en los momentos más solitarios; al mismo tiempo, el estudio conforma también un espacio de apelación. Aislados y/o conmocionados por la violencia vivida, los sujetos fueron encontrando allí un resguardo posible y, en este sentido, uno y otro propiciaron y/o viabilizaron procesos incipientes de recomposición subjetiva.
En el caso de Silvia,23 la militancia política había producido una serie de tensiones en el seno de su casa materna que se evidenciaban no en una discusión abierta con sus padres sino, por el contrario, desde su propio silenciamiento y/u ocultamiento.24 Sin embargo, el relato de los tiempos posteriores a su cautiverio y detención parece abrir a nuevas formas de evocación del vínculo que, inauguradas en el momento mismo de la liberación, recuperan lo que allí había de cobijo y amparo. En nuestro tercer encuentro, Silvia se dispuso a repasar un conjunto de cartas, notas y certificaciones vinculadas, precisamente, con las gestiones que sus padres habían encarado para dar con su paradero. Luego de relatar el reencuentro familiar en la comisaría a la que había sido llevada después de su salida del Vesubio y con anterioridad a su traslado al Penal de Devoto, se dispuso a leerme los documentos:
Y estas eran de mis compañeras, eh, dice…: “Al señor S. y su señora esposa. El motivo de esta carta es para agradecerle todas las atenciones…” –porque los primeros que fueron, fueron mis padres– “…que tanto usted como su familia han tenido para todo el grupo, nosotros hemos vivido momentos muy duros, los vivimos aún, pero actitudes, afectos, cariños como los que nos han hecho llegar a través de Silvia, nos hacen sentir un poquito parte de su familia, nos llenan de una gran ternura y de un gran afecto hacia usted y su familia. Nos han hecho sentir menos solos. Nuestros corazones y nuestros pensamientos no dejarán nunca de agradecerles todas las atenciones y las molestias que se tomaron con nosotros. Muchas gracias por ser tan buenos y tan padres”… Eso es lo que tenían mis padres, que…, bueno, mi mamá era mucho más, este… [sonríe] mucho más humanista, mi papá era más… si bien era socialista, pero era un gorila que mamma mía, y… y yo te había contado que él decía que mejor nos maten a todos, ¡pero eran muy solidarios! Yo la solidaridad la aprendí de ellos.
En particular, las referencias a esa búsqueda y a los tiempos posteriores a su desaparición, parecerían resignificar un vínculo que, hasta entonces, había sido evocado desde sus profundas tensiones. Al describir el reencuentro con su familia, lo hacía de la siguiente manera:
Ellos me encontraron el 13 de octubre [de 1978]. Eh… yo tenía como una corazonada, ¿viste? (…) Y cuando el Cabo Pino me busca, me dice: “Arreglate, arreglate que vas para adelante”. [Con un tono diferente, como de alivio, como volviendo a ver a sus padres] Yo dije: “¿qué, me vinieron a ver?”, y este, bueno, “peinate, ponete bien, arreglate”. Y ahí estaba…, estaba mi papá, mi mamá y mi hermana, que los vi a todos… Siempre fueron gordos, estaban todos flacos, chupados. Mi mamá y mi papá canosos… en el poco tiempo ese que yo no estuve…
Casi 8 meses después de su legalización, Silvia fue liberada junto a otros compañeros. A partir de aquí, se iniciaría para ella un arduo proceso de silencio y aislamiento que se solapó con un marcado retraimiento sobre su vida familiar y sobre los ámbitos privados de la vida cotidiana. Durante aquellos años, uno de los pocos vínculos que retomó fue el de una vieja amiga y compañera de militancia con quien había compartido, también, el período de secuestro y posterior encarcelamiento –con ella, también, comparten en la actualidad la militancia en derechos humanos–. Los propios pesares por lo vivido, junto con apremios familiares –principalmente vinculados con la enfermedad y posterior muerte de A., el menor de sus cuatro hijos– y económicos, la llevaron a retraerse sobre y refugiarse en ese mundo más íntimo:
Estuve mucho tiempo con la enfermedad de A. y la debacle económica de mi familia, estuve como… muy metida para adentro para sostener a mi familia, entonces había como… anteojeras. Cuando falleció A. en octubre del 98 y en mayo del 2000 me separo, empiezo… a mirar hacia afuera. Y ahí me busca M. [en relación al sobrino de una compañera de cautiverio cuyo bebé había sido apropiado, y que en su propio proceso de búsqueda del ser querido la había contactado para conocer su testimonio] (Silvia, comunicación personal, 8 de marzo de 2012).
En efecto, no sería sino muchos años más tarde cuando, interpelada desde la relevancia de su propio relato, comenzaría a abrirse a nuevos espacios y plantarse en la escena pública.
La historia de Laura trae, también, la idea del aislamiento y la negación en conjunción con un repliegue sobre el espacio privado que habría ido pautando formas posibles de recomposición subjetiva.25 En nuestras conversaciones, Laura repasó un conjunto de desvinculaciones que sucedieron a su liberación y que pueden pensarse como parte constitutiva de rupturas mayores: la de la pareja, la de su militancia y el consecuente alejamiento de sus compañeros y amigos –al menos, en los primeros tiempos–. En su relato, lo vivido en el campo la llevaba a “relativizar toda las creencias que uno tenía”y replantearse, con ello, su propia cotidianeidad y el conjunto de entramados afectivos que hasta entonces la atravesaban. Por ese entonces, Laura se separó de su pareja y se reencontró con un viejo amor, ajeno a ese mundo vinculado con la política y con quien compartiría parte de su exilio; al mismo tiempo, en los momentos inmediatamente anteriores a su partida al exilio, dejó de frecuentar los espacios y relaciones vinculados con la militancia. El relato mismo de esas desvinculaciones parece hacer serie con una cadena de escisiones que comienzan a suscitarse entre ese mundo pleno y casi englobante de la militancia y su fragmentación posterior:
Yo sentía que tenía que irme pero avisar. Yo no podía… borrarme y desaparecer. (…) Y, bueno, y ahí sentí que, bueno, puse fin… También, lo vi a mi ex y le dije que me iba a hacer… O sea, yo tenía que cerrar todas las… puertas. No podía dejar nada sin… Bueno, a parte, la locura. A parte, yo creo que también algo que me pasó es que creía que con eso yo ya pagaba todo, ¿entendés? Como que si algo yo tenía que pagar por haber militado, ya estaba. Entonces como que eso me daba como una cosa de impunidad. De ahora en más yo era…, este… ¡ya estaba!
Las referencias mismas a su exilio y particularmente a su llegada a Israel, donde se encontraría con su novio, dan cuenta también de estas escisiones y decisiones:
Decidimos irnos a Israel. Había un grupo muy grande que se iba a ir a Israel. Chicos del Pellegrini y del Buenos Aires. Y, entonces, él me dice: “Encontrémonos en Israel”. Entonces, yo de Nueva York me voy a Israel, donde también había… parientes de mi papá. Y estoy unos días en casa de ellos y, finalmente, me encuentro con H., que era este pibe, mi novio. Y cuando lo voy a buscar para… (se supone que de ahí nos íbamos a ir a un Kibutz, para estar 6 meses en un Kibutz), y cuando voy era… ¡conocía a todos! Era un avión entero de gente que se rajaba, de compañeros de militancia… Y, ahí, bueno, ahí, decidimos que…, él no era de la agrupación, entonces, bueno… Y yo tampoco quería tener mucho contacto con… mis ex compañeros [sonríe]. Finalmente, decidimos irnos a otro Kibutz, no al que iban todos. Y, bueno, y ahí estuvimos… 7 meses en total.
Sin embargo, a diferencia de otros casos y aún en un contexto de terror y desarticulación generalizada de los espacios colectivos, aparece en estos fragmentos algo del orden de la propia decisión que sutura tanto en la voluntad de “cerrar” una parte de ese pasado como en la elección concreta del lugar de residencia en el exilio. Esas “decisiones” se solaparán también –y fundamentalmente luego del regreso al país, en plena dictadura– con otras formas de repliegue sobre el ámbito privado de interrelación. En efecto, el exilio parecía iniciar una nueva etapa, alejada de sus vínculos hasta entonces más próximos y recluida sobre el espacio familiar y sus estudios. A partir de entonces, lo vivido permanecería en una zona silenciada, como negada, ocluida:
Era muy peligroso volver en ese entonces… Este, y yo vuelvo, y me pongo a estudiar. Me meto en la facultad y empiezo a hacer como… ¡borrón y cuenta nueva! (…) Y, bueno, y yo vuelvo a vivir con mi vieja. Y, claro, yo supongo, tenía esta sensación de que ya… Bueno, primero hago… “¡ya está!”. O sea, todos los que habían sido mis amigos estaban yéndose, o ya se habían ido, o habían caído, o… Con lo cual, yo empiezo como una vida… nueva. Me anoto en la facultad, me pongo a estudiar, este… Y, ahí (esto es parte de esto), bueno, ¡y nunca más hablo de lo que pasó! Porque… como que una forma de sostenerlo era… ¡olvidarte que pasó, digamos!
De aquí en más, y anudado a ese “borrón y cuenta nueva”, el estudio ocuparía un lugar central en su vida, siendo ámbito de nuevos entramados, de nuevos encuentros y afectos. En este sentido, implicó para ella una “vida nueva”: desvinculada de muchos de sus compañeros y de su propia historia y en un profundo silencio sobre lo vivido –como en un intento de olvido26–, durante los años subsiguientes permaneció en espacios ajenos y distantes de esas formas de acción y relación. Presa de un “terror de base”, en ese marco comenzó sus estudios de Arquitectura y es así que señalaba:
Y en la facultad, a ver, en la facultad teníamos…, también, me tragué del 77 al 82. O sea, yo estudio todos los años de la dictadura, pero bueno, dentro de la facultad, también, con un grupo… Había como algunas movidas paralelas, de… Había una cosa que se llamaba “La Escuelita”, donde los profesores que no estaban en la facultad, porque estaban… echados, o qué sé yo, daban clases. Entonces, yo empecé a ir a estos lugares. Por otro lado, con un grupo de compañeros, también, armamos una revista… con, que era una forma, ¿no?, como eran pequeñas expresiones [sonríe], este… Y esas cosas. Pero a mí siempre… tenía como un terror de base, yo, en estas cosas. Me daba miedo participar en esto. Participaba hasta ahí… Había quedado muy… golpeada. Pero ni siquiera…, ¡mis compañeros de facultad no sabían mi historia! No se las… contaba tampoco.
El terror y el silencio iban cercenando su disposición a la acción/participación.27 Una vez iniciada la democracia murió su madre, lo que la sumió en una tristeza muy profunda y un marcado repliegue sobre el espacio íntimo que le impidió pensar –señala– en la posibilidad de la denuncia pública de lo vivido:
Muchos años después mi vieja se enfermó, todo esto… hizo su mella. Una leucemia. Y falleció en el 83. En diciembre del ´83. [Sonríe] Justo cuando asumió Alfonsín, se murió mi vieja. A la semana. Y, con lo cual, eso también… Por ahí ese era el momento de hablar, que era… lo de la denuncia de la CONADEP, y hubiera sido el momento de contarlo todo. Y yo estaba…, nada, había muerto mi vieja una semana antes y yo estaba destruida. Y la verdad que no tuve energía para, en ese momento, hacer ninguna denuncia. Y ahí pasó el tiempo y, viste, y ya después uno se acostumbra a no hablar de algunas cosas [sonríe] (Laura, comunicación personal, 19 de julio de 2011).
Así prosiguieron los años, se casó con un compañero de facultad y tuvo a sus tres hijos. Con el tiempo, retomó el vínculo con muchos de sus compañeros y fue inscribiendo, también, su propia historia y su relato en la escena pública.
Con un embarazo avanzado, Susana había vuelto a vivir en su casa materna. Como había mencionado, ya en los primeros tiempos posteriores a su liberación, comenzaba a sentirse la soledad por los compañeros ausentes –algunos desaparecidos, otros exiliados– y, fundamentalmente, la de su compañero. En ese marco, se fue recluyendo sobre sus vínculos más cercanos y la crianza de su pequeño. En esos años, también, terminó sus estudios de magisterio, donde pudo recomponer poco a poco nuevos espacios de pertenencia:
Yo empecé como a separarme un poco de lo que era J. [su hijo], no de lo que…, un poco más a vivir más mi vida, cuando empecé el profesorado devuelta en el Mariano Acosta, ¡que tuve amigos, ahí! Empecé a tener amigas y amigos, a estudiar, digamos. Pero igual, no… [Con un tono bajo, triste] Era muy, muy difícil… (…) Los únicos que habían quedado, así, compañeros de militancia queridos, también se fueron. Así que, bueno, por eso fue importante cuando empecé a armar todos esos lazos en el Mariano Acosta.
[Con un tono más animado] Y, bueno, así que empecé a estudiar y a estar con ellos. Lo llevaba a J. P., también, a la cantina porque no tenía dónde dejarlo. Así que lo dejaba ahí en el bar del Mariano Acosta que me lo cuidaban, y me iba a estudiar. Él tenía 2 años. Así durante toda la carrera.
Llevar adelante sus estudios no fue tarea sencilla. No sólo por la crianza de su hijo pequeño sino también porque debió enfrentar otras dificultades y prejuicios. Sin poder hablar abiertamente sobre la suerte de su compañero, Susana se presentaba al mundo como madre soltera:
Y, bueno, y era difícil. Porque él llevaba mi apellido y había como mucho, todavía en esa época, mucho prejuicio, viste. (…) Por ejemplo, la ley esta de los milicos que las madres solteras no podían ser maestras. Entonces, yo hice toda la carrera y en uno de los exámenes, una mina que era una guacha, me dijo “Usted nunca va a ser maestra”. ¿Entendés? Porque yo era madre soltera (Susana, comunicación personal, 29 de noviembre de 2011).
Aun así, terminó sus estudios. Y fue ese sostén afectivo –el de los nuevos vínculos y de su propia familia– el que le permitió comenzar a reponerse, al menos parcialmente. Sin embargo, debieron pasar muchos años hasta lograr una escucha y un entendimiento que sólo los pares podrían brindarle.
Al igual que Susana, Nieves cursó su embarazo en cautiverio. Primero, detenida de manera clandestina en el Vesubio y luego en el penal de Devoto donde –como dijimos– nació su hija, y donde se produjeron los primeros reencuentros familiares. Al salir en libertad, el mundo de interacción se había reducido drásticamente, al tiempo que la propia vida ya no era la misma: no sólo había estado desaparecida sino que, ahora, era mamá. Sin poder volver a dar clases en la escuela pública ni regresar a la facultad –actividades que la ocupaban con anterioridad a su secuestro–, y viviendo en su casa materna, Nieves recuerda estos tiempos con pesar, como parte de “un antes y un después”:
Todo lindo cuando nos liberaron, todo hermoso, bárbaro, llegaste a casa, estábamos todos pero…, o sea, tu vida se había partido: yo ya tenía un sumario en la escuela, no podía volver a la escuela, no podía volver a la facultad porque había perdido la regularidad y tenía que hacer todo un trámite para poder volver. Pero además no estaba bien anímicamente, estaba angustiada, tenía una hija, no tenía trabajo… O sea, todo hermoso al principio pero después la realidad de la cotidianeidad es que tu vida fue un antes y un después.
Con el tiempo, Nieves pudo ir rearmando la vida, repartida entre el cuidado de su hija, una nueva inserción laboral en el jardín de infantes que dirigía su mamá y el reanudamiento de los estudios universitarios. Fue allí, en efecto, que logró volver a armarse de un grupo de pertenencia:
Al año siguiente, sí, empecé a trabajar en el jardín de mi mamá a la tarde y a cursar en la facultad. Y eso ya como que me fue dando un respiro, un volver a la rutina. Mi mamá me cuidaba a la nena cuando yo iba a trabajar o cuando iba a la facultad y, bueno, me fui haciendo de algún grupo de pares en la facultad, nuevos grupos porque los que habían arrancado conmigo ya estaban más adelante… Y bueno, me aboqué, o sea, mi meta era terminar.
Hasta entonces, sólo había mantenido el vínculo con otras dos excompañeras que habían sido madres, junto con ella, en Devoto:
Eran también compañeras del partido, pero yo más las conocí ahí en Devoto, y me veía con ellas los fines de semana. No tenía muchos grupos de amigos, porque mis amigos, la mayoría no estaban o estaban desaparecidos o no los podía ver o no era conveniente que los vea o qué sé yo qué… Salvo con estas dos compañeras de Devoto que me veía así, a veces los fines de semana… Y con Virginia, (…) amiga mía de la vida.
Ya en democracia, las alternativas se fueron ampliando y logró poco a poco retomar algo de aquello que había quedado trunco:
Y ya cuando llegó…, para más o menos la época de Alfonsín, yo ya pude reingresar a la escuela y empecé de nuevo a trabajar en el escuela pública, entonces trabajaba un turno en el jardín, un tuno en la escuela pública y después también, terminando de cursar las materias (Nieves, comunicación personal, 3 de mayo de 2012).
Durante este tiempo, y por largos años, Nieves permaneció en silencio sobre lo vivido. Al igual que en otros casos, sólo el tiempo y los espacios de contención adecuados irían propiciando reencuentros, animando a romper el silencio y a nuevas formas de participación en la escena pública.
Como vemos a partir de estas historias, al proceso de ruptura anudado a la (propia) desaparición se contrapuso un repliegue y un apoyo sobre otros espacios de interacción –principalmente, la familia de origen y/o los estudios– hasta entonces eclipsados fuertemente por la actividad política. Sin embargo, lejos de conformar meramente la contracara dada o necesaria de esas desarticulaciones de los espacios de pertenencia, el proceso de repliegue sobre estos nuevos (o viejos) ámbitos fue operando, fuertemente, como resguardo en tanto que propiciaron el sostén necesario para transcurrir los tiempos inmediatamente posteriores a la liberación e iniciar, con ello, el arduo, complejo y extenso proceso de re-aparición y de recomposición de la propia subjetividad avasallada en y por la experiencia límite. Estas recomposiciones, aunque lábiles, fueron el puntapié primario para nuevos recorridos que se vincularán ya no, o no tan solo, con la trama de lo privado sino con formas más o menos visibles y/o sostenidas –de acuerdo a cada caso– de reinscripción en el espacio público.
4) Consideraciones finales: Mundos (des)aparecidos, algunas (re)construcciones posibles
En este artículo me aboqué al análisis de los espacios de acción e interacción que se vieron sacudidos y re-configurados por la experiencia de la (propia) desaparición. En un escenario de desarticulación social producida por la desaparición forzada como tecnología de poder, advertimos movimientos de ruptura y desarticulación de los espacios de pertenencia vinculados con el hacer político que se fueron solapando, no obstante, con nuevas tramas de interacción, propiciadoras de las primeras formas de cobijo y resguardo. Dije, ante todo, que si la militancia política había abierto a nuevos horizontes de sentido y formas de construcción del lazo y configuración de la vida cotidiana, su cercenamiento y el ultraje mayor que significó la (propia) desaparición fueron devastando al/los sujeto/s; el mundo de lo conocido se dislocaba y, con él, los espacios de interrelación y acción colectiva se vieron trastocados.
En este marco, y al menos en los primeros tiempos, la soledad fue produciendo su mella: gran parte de los compañeros no estaban ya, muchos habían desaparecido, otros se habían exiliado, otros –incluso– cuestionaban el por qué de la liberación. Estas formas de aislamiento, que daban cuenta de la ausencia de pares y/o de terceros que devolviesen la mirada y un entendimiento sobre lo vivido, fueron reforzando y profundizando los efectos de la crueldad. Sin embargo, frente a estas rupturas del mundo colectivo y de la vida “pública”, el repliegue sobre el espacio íntimo –aquel que, como dijimos, se había visto opacado y/o desdibujado por el hacer político– fue propiciando formas incipientes –pero necesarias– de cobijo y de cuidado que, incluso desde el silencio sobre lo vivido, brindaron contención y resguardo. Desde allí, y a lo largo de los años, algunos más pronto, y otros en un lapso mayor de tiempo, los sobrevivientes –sino todos, al menos sí los que componen este estudio– fueron retomando viejas y nuevas actividades, recuperando vínculos, construyendo otros.
De manera diversa, la desarticulación producida por la (propia) desaparición y posterior liberación –como pura ruptura de lo que conformaba hasta entonces la vida– se fue rearmando, entonces, en y con nuevas y variadas formas de reconstrucción de lazos y entramados intersubjetivos. Y, así, los sujetos fueron (y van, aún hoy) (sobre)viviendo. En este sentido, este movimiento de reinscripción en nuevos (o viejos) entramados y espacios sugieren que, lejos de remitir a la pura ruptura y/o a la pérdida de un mundo propio –como escisión plena y duradera entre un antes y un después absolutos–, la vida con posterioridad a la liberación se fue reconstruyendo sobre la base de múltiples reconfiguraciones y re-anudamientos que fueron viabilizando de acuerdo al contexto y a la dinámica de cada caso formas singulares de elaboración y cierto recupero de aquello propio de lo sido: los vínculos familiares, la reanudación de los estudios y/o de viejos amores van dando cuenta, en efecto, de una búsqueda en torno de ese tiempo (otro) anterior a la (propia) desaparición, aunque escindido de la acción política y los espacios de interrelación anudados a ella. Con ello, no es tan sólo el pesar por lo perdido lo que emerge en los relatos sino también sus múltiples re-construcciones posibles. Ruptura y reanudamiento o re-construcción como movimientos conjuntos y constitutivos –en absoluto excluyentes o antagónicos– de la (sobre)vida.
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Notas
Recepción: 14 mayo 2019
Aprobación: 13 marzo 2020
Publicación: 04 septiembre 2020
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