Reseñas
Una guerra global
Reseña de: Tato, María Inés (2017) La trinchera austral. La sociedad argentina ante la Primera Guerra Mundial, Rosario, Prohistoria, 143 páginas
Los estudios sobre la guerra están alcanzando un mayor desarrollo y visibilidad en la agenda académica argentina, tanto los trabajos sobre diversos aspectos y desde múltiples abordajes en torno a las Fuerzas Armadas, así como también los estudios culturales sobre el impacto de las contiendas bélicas. En este sentido, podríamos afirmar que el libro que aquí se reseña se inscribe en esta última deriva permitiéndonos reconocer cómo se movilizó una multiplicidad de actores en torno al desarrollo de la Primera Guerra Mundial.
Uno de los aspectos destacables de esta perspectiva –y, claro, de este libro– es comprender el contexto internacional, no como mera referencia decorativa, sino como escenario sobre el cual se posiciona, moviliza e interviene una cantidad apreciable de organizaciones e individuos con diverso rango estatutario: embajadas, organizaciones de inmigrantes, partidos políticos, académicos e intelectuales, etcétera. Las tensiones suscitadas en torno a un acontecimiento de la agenda internacional promueven la toma de posiciones sobre lo que allí sucede pero, esto es revelador en este trabajo, nunca “desterritorializado”; es decir que, al referirse a lo que acontece en Europa, los actores toman posición también en y sobre el escenario político local.
Debe subrayarse en este libro el trabajo realizado con las diversas producciones publicitarias que se tramitaron en las metrópolis europeas de algunos de los países en pugna –Londres, París, Berlín y, poco y tardíamente, Roma–. Esta perspectiva permite, a través del análisis de su recepción en Argentina, ponderar una de las características fundacionales de la Primera Guerra Mundial: se trató, también, de la primera guerra moderna de información desplegada a escala global. En este sentido, resulta revelador el abordaje de los materiales producidos por diversas agencias estatal-nacionales –War Propaganda Bureau, Maisson de la Presse y Centre d´Action de Propagande contre l´Ennemie y Zentralstelle für Auslandsdienst– en relación a cómo fue su recepción y distribución en Argentina.
Los materiales producidos en Europa eran distribuidos y/o traducidos por diversos actores en el plano local. Tanto las embajadas como las asociaciones culturales y profesionales actuaron como agentes de transmisión de las posiciones y argumentos sostenidos por cada uno de los países beligerantes. Estas “mediaciones”, a su vez, permiten reconocer cómo las traducciones no operaron solo en un sentido lingüístico, sino que contemplaban el trasfondo cultural y la sensibilidad social del potencial público argentino. Por ejemplo, resulta interesante el análisis de las publicaciones alemanas en las que se comprende el accionar bélico como consecuencia de la política imperial británica, haciendo hincapié en acontecimientos lesivos de la soberanía nacional argentina: las invasiones inglesas (1806-1807) y la ocupación de las islas Malvinas (1833). Agencias internacionales, embajadas y asociaciones nacionales, conformaron parte de los actores que promovieron un discurso sobre el devenir de la guerra mundial 1 . Sin embargo, el sentido de la información no era unidireccional; es decir, no se publicaba y difundía solo lo que se producía en las capitales europeas: un variado conjunto de personalidades argentinas también actuaron como portavoces y productores de sentido en torno de la legitimidad, justificación y horizonte de la contienda. Juan José de Soiza Reilly, Roberto Payró, Francisco Barroetaveña, Ernesto Quesada y Juan P. Ramos, entre otros, se manifestaron públicamente a través de artículos y conferencias en favor de cada uno de los bandos y, como en el caso de Barroetaveña, su libro dedicado al tema (Alemania contra el mundo, 1915) fue traducido al inglés y el francés y difundido en Europa como un documento a favor de la causa aliada.
Resulta relevante la lectura recuperada de quienes oficiaron como corresponsales de medios nacionales en el escenario bélico. En primer lugar, porque permitió a las empresas periodísticas sortear las restricciones que imponían a las agencias informativas las naciones en guerra. Las crónicas y trayectorias de Soiza Reilly y Payró resultan ilustrativas: mientras “describen” el desarrollo de la guerra permiten considerar la relativa autonomía de los diarios argentinos en el seguimiento de la guerra. En segundo término, los relatos introducen una representación acerca de la guerra que sería el canon interpretativo posterior: el modo en que se desarrollan las acciones bélicas tenían un carácter novedoso. Payró, por ejemplo, daría cuenta de la deshumanización de las nuevas formas de la guerra describiéndola como “un diluvio de sangre” o “peregrinación entre las ruinas” al referir a sus recorridas entre ciudades abatidas. Soiza Reilly advertía que las trincheras “eran sepulcros abiertos que esperaban sus nuevos inquilinos” (pp. 108-112).
El trabajo de Tato muestra, a su vez, el impacto considerable que la recepción de la guerra tuvo a través de las movilizaciones suscitadas, particular pero no exclusivamente, en la ciudad de Buenos Aires. Las calles aledañas a la Avenida de Mayo, donde se situaban las redacciones de los periódicos, se nutrían durante toda la jornada, incluidas las madrugadas, para informarse a través de las últimas novedades telegráficas. En ocasiones se improvisaban actos con oradores, resultaban frecuentes los trastornos de tránsito y, esporádicamente, se registraban enfrentamientos con la policía.
Los periódicos, como muestra el segundo capítulo del libro, constituyeron mediadores entre la experiencia bélica y la sociedad argentina que jugaron un papel sensible en la conformación de la opinión pública. En mayor grado, se inclinaron por una posición pro aliada, aunque matizada de acuerdo a cada caso: mientras Crítica abrazó la causa fervorosamente, La Nación y La Prensa tuvieron un apoyo más difuso –la pretensión de objetividad periodística se materializó en una estrategia de publicar despachos favorables para cada bando de la contienda–. El esfuerzo alemán para contrarrestar este sesgo informativo –que evidencia, de nuevo, el interés de los países europeos por librar una batalla también en este campo– fue la creación del diario La Unión.
Entre quienes se movilizaron al calor de la contienda, con una intensa actividad propagandística, estaban las asociaciones de inmigrantes. Estas formaron “comités de guerra” a lo largo de todo el país con el objeto de gestionar las contribuciones al esfuerzo bélico de los países de procedencia de los inmigrantes: se organizaron festivales, subastas, espectáculos artísticos, etc. A su vez, estas comunidades brindaron voluntarios, reservistas y enfermeras que tuvieron un rol activo en el propio escenario bélico. Sin embargo, y como evidencia el minucioso trabajo de relevamiento, este tipo de movilización presentó respuestas diferenciadas en razón del alcance divergente del nacionalismo de origen y la disposición de los emigrados a integrarse a la sociedad de acogida.
A su vez, la guerra resultó un catalizador de conflictos preexistentes entre las poblaciones procedentes de los países en pugna. Los contingentes migratorios que se catalogaban oficialmente por las procedencias nacionales se caracterizaban por ser portadoras de tensiones regionales, confesionales, étnicas y políticas que, en el contexto de la guerra, afloraban a través de la toma de distancia respecto de la posición de los países en guerra. Por ejemplo, el caso de la Asociación Católica Irlandesa de la Argentina que manifestó sentimientos independentistas y proalemanes en oposición al Reino Unido, o el de los súbditos del Imperio Austro-Húngaro: ciudadanos serbios y montenegrinos que defendían el plan de una Gran Serbia realizaron una intensa campaña para reclutar voluntarios que irían a engrosar las tropas aliadas.
La acción de estas comunidades, como muestra el cuarto capítulo, se completó con la creación de diversas asociaciones dedicadas a recaudar fondos para morigerar el sufrimiento provocado por la guerra. En estas organizaciones es posible identificar a reconocidos miembros de la elite política local como Luis María Drago, Manuel Augusto Montes de Oca, Paul Groussac, Enrique Rodríguez Larreta, Ernesto Bosch, etcétera. No obstante, la acción solidaria fue protagonizada, también, por una multitud anónima: trabajadores, estudiantes, empresarios y mujeres de diversa extracción social. A diferencia de las iniciativas tendientes a movilizar una ayuda humanitaria neutral –por ejemplo, la que pregonaba la Cruz Roja–, el caso argentino, como evidencia este trabajo, se caracterizó por una cooperación material basada en la identificación de uno de los bandos en pugna y orientada a contribuir al desarrollo de las acciones bélicas.
Los últimos dos capítulos del libro relevan el impacto que tuvo la guerra entre un activo y movilizado conjunto de intelectuales argentinos. Sus rasgos distintivos estriban en que el debate giró en torno a la posición “aliadófila” y/o “germanófila” entre los años 1914-1917 y entre “neutralistas” versus “rupturistas” desde 1917 hasta 1918. Una serie de eventos relevantes acaecidos en 1917–la revolución rusa, la puesta en práctica de la guerra submarina irrestricta por parte de Alemania y la incorporación de los Estados Unidos a la contienda– impactaron de modo crucial en el debate público nacional:
El nuevo escenario global condujo al resurgimiento de la cuestión nacional, que desplazó a un segundo plano las previas afinidades culturales hacia los beligerantes y entronizó en su lugar la disputa por la representación de la nación, estrechamente asociada al rumbo de la política exterior. La Gran Guerra adquirió una mayor inmediatez y atravesó transversalmente a la sociedad, redefiniendo las polarizaciones en todos los ámbitos. El consenso en torno a la neutralidad se quebró y los términos “aliadófilo” y “germanófilo” se politizaron, adquiriendo una nueva carga semántica y devinieron en uso intercambiable con los de “rupturistas” y “neutralistas” (Tato, 2017, pp. 119-120).
El debate suscitado en los años previos consolidó, mayormente, una posición de comprensión y apoyo al bando aliado. La defensa sostuvo que allí se resguardaban los valores democráticos y liberales de la civilización europea mientras que Alemania encarnaba la barbarie represiva. Las posiciones revalidaban una lectura de la contienda como “civilización vs. barbarie” que acercaba el conflicto en una clave interpretativa sarmientina. Por su parte, los “germanófilos” trataron –aunque con menos impacto en la opinión pública– de desmentir la caracterización “bárbara” de la Nación alemana ponderando los aportes de esta a diversas ramas del quehacer cultural y económico, así como sus aportes a la civilización contemporánea.
En 1917, tras el ingreso de los Estados Unidos a la guerra y el abandono de la neutralidad por parte de la mayoría de los países latinoamericanos –con excepción de México, Chile, Venezuela, Colombia y Paraguay–, el presidente Yrigoyen mantuvo inalterada la política neutralista. Incluso, frente a la presiones “panamericanistas” ejercidas por los Estados Unidos, el mandatario radical convocó a las naciones latinoamericanas a un “Congreso de Neutrales” (1918) y promovió un acercamiento a la España neutral alentando el “panhispanismo”.
En este último capítulo se aborda, entre otras cosas, uno de los aspectos más destacados del trabajo de Tato: cómo el uso político de una problemática internacional fue instrumentalizada por quienes se oponían a Yrigoyen. En la crítica y condena a la posición neutralista de Argentina podían encontrar un lenguaje y arsenal de argumentos con los cuales desplegar una actividad contestataria capaz de movilizar a un nutrido, diverso y activo conjunto de ciudadanos. Es en este sentido que debe destacarse la apreciación de la autora: “Durante la Gran Guerra y en plena vigencia de la Ley Sáenz Peña, las movilizaciones callejeras complementaron la vía electoral como mecanismos de expresión de la ciudadanía” (p. 135).
Notas
Recepción: 01 Febrero 2018
Aprobación: 08 Marzo 2018